Capítulo 20: Caricias, besos y algunos cigarrillos desechados.

860 49 21
                                    

El corazón se me iba a salir del pecho.

Al principio, cuando reduje el espacio que nos separaba y uní nuestros labios, Alma permaneció estática en su sitio, pero pasados unos momentos permitió que profundice el beso y enredó sus dedos en mi cabello. Por mi parte, posé una mano sobre su cintura y otra ahuecando su rostro.

Sus labios eran la gloria. Me daban ganas de succionarlos y morderlos, cosa que hice. Ambos estábamos hambrientos del otro, disfrutando de ese beso que hasta el momento había sido censurado. Aprisioné su labio inferior entre mis dientes y de forma lenta separé nuestras cabezas hasta que este se soltó de mi agarre. Alma bufó, y volvió a besarme con impaciencia. La mujer iba a matarme.

Conforme los minutos corrían, el beso se profundizaba cada vez más. Nuestras labios rozaban los unos con los otros ansiosos, y nuestras lenguas estaban en guerra. Alma recorría mi espalda con sus manos, tomándome por mis omóplatos con impaciencia.

Lentamente, y debo admitir que un poco inseguro, recosté a la chica sobre el sofá, mientras yo me posicionaba sobre ella sin cortar el beso, el exquisito y magnifico beso, mejor dicho. Mi boca comenzó a recorrer la línea de su mandíbula, y pronto se instaló en su cuello, necesitada de más. Alma profirió un leve suspiro en cuanto comencé a depositar leves mordidas y besos húmedos en el área, enloqueciéndome.

Mis manos vacilaron un momento en su cadera, y probaron meterse solo un poco por debajo de la camisa de su pijama. Al ver que no recibí protesta alguna, me sentí libré de recorrer totalmente su espalda con mis manos.

—¡No llevas sujetador! —exclamé separándome de su cuello, con la voz entrecortada.

—Son incómodos —le restó importancia, y volvió a buscar mis labios, los cuales le entregué con mucho gusto.

Alma fue un poco más osada que yo; me quitó la chaqueta y luego tiró impaciente de un extremo de mi camiseta hasta lograr quitármela, dejándome con el pecho completamente desnudo. Sus manos vagaron por mi torso sin posarse en lugar fijo, entreteniéndose por el camino.

Rompió el contacto de nuestros labios de manera abrupta, pero antes de que siquiera pudiera protestar susurró:

—Vamos a la cama.

Sin pensármelo dos veces enredé sus piernas alrededor de mi cintura y la levanté en el aire para llevarla a su dormitorio, en el que tan pocas veces había estado. En todo el camino, Alma se entretuvo con su boca en mi cuello, encendiéndome como nunca.

Subí a la cama matrimonial con ella enredada a mí como un koala, haciendo que de alguna forma volviera a quedar debajo de mí. Mis manos se paseaban por sus piernas, su cintura y su espalda, pero estaban indecisas sobre intentar algo más. Posé mis dedos sobre el primer botón de su camisa empezando desde abajo, e interrumpí el beso para mirarla directamente a sus ojos azules.

La pregunta estaba implícita en el aire.

Alma asintió.

Desabotoné el primer botón. Mis manos temblaban un poco, pero a pesar de eso se sentían ansiosas por seguir avanzando.

Solté el segundo de manera eufórica, y la expectativa me mataba.

Me deshice del tercero, con mi corazón palpitando frenético ante la visión de la creciente desnudez de su torso.

El cuarto botón no fue obstáculo, lo desenganché con una mano mientras que con la otra acariciaba su piel caliente. Ella era tan suave, tan perfecta, tan etérea.

Me detuve en el quinto.

Mi ansiedad chocó contra un muro en cuanto mi vista se topó con las vendas que envolvían su caja torácica. Recordé que estaba lastimada. Tenía dos costillas rotas y decenas de moretones violetas y verdosos que hasta el momento había pasado por alto, pero que parecían carteles de neón ahora.

La redención de los adictos ©Where stories live. Discover now