Capítulo 10: Tan simple como eso

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—Creo que no hace falta decir que estoy furiosa.

Me dirigí a Rex la mañana siguiente. Yo tenía el ceño fruncido, mis manos descansaban en mi cadera, y mi pie descalzo repiqueteaba contra el piso impaciente. Rex por otro lado se encontraba sentado en sofá, y parecía removerse incómodo bajo mi mirada implacable al mismo tiempo que frotaba las sienes. De seguro tendría resaca.

—Yo... —comenzó, pero luego pareció arrepentirse de lo que estaba a punto de decir—. Podría ponerte la excusa de que estaba muy ebrio para estar consciente, pero no voy a ser tan patético, así que simplemente... Lo siento, Alma.

Entrecerré los ojos. Rex me dio una mirada totalmente arrepentida, que lo hacía parecer un pobre corderito.

—Pues no te perdono.

Me di la vuelta y zanjé el asunto. Llámenme rencorosa, adelante.

—¿Qué? ¡Vamos! Esa mirada nunca falla —gritó indignado mientras caminaba detrás de mí.

Bufé exasperada.

—No soy tan blanda, Rex —le contesté fría como un iceberg.

—¡Fui un estúpido! Lo siento, por favor, perdóname —su mirada era muy intensa, su cara se contraía preocupada.

Así era Rex, intenso, en el mejor sentido de la palabra.

—No pareció que te importara mucho como podría llegar a sentirme la otra noche —no iba a ceder.

—¡Pero me importa, Alma! Créeme que me importa.

Sus cejas estaban inclinadas hacia arriba, muy juntas. Sus ojos verdes se incrustaron hasta el centro de mí ser. ¿Sería capaz alguna vez de poder sacar ese color de mi mente?

—Dijiste que no harías nada que me pusiera incómoda. Mentiste —casi le escupí con amargura.

—Alma, tú pretendes que haga todo lo que tú quieras, pero tengo una vida ¡y así es como soy! No puedo cambiar mi forma de ser de la noche a la mañana. Lo de ayer... Lo necesitaba.

Nuestras miradas estaban en la del otro. No iba a dar mi brazo a torcer, no esta vez.

—Puedes vivir la vida como se te dé la gana, pero no mientras vivas en mi casa. Vete —al decirlo, empuje levemente sus hombros, en una posición agresiva.

Rex parpadeó varias veces, en estado de shock. Sabía que no tenía otro lugar a donde ir, pero no me importaba. Ya no.

—Bien —dijo dolido, mirándome lánguidamente, al comprobar que hablaba totalmente en serio.

—Te voy a pedir que dejes las prendas de mi padre y te vayas.

No muestres expresión en tu voz. No dejes que se te corte la voz, rezaba en vos baja. Si me convencía a mí misma de que no me importaba sería más fácil.

Lentamente Rex se dirigió hacía el baño luego de tomar las prendas con las que había llegado. Salió luego de un rato con ellas puestas, y las de mi padre en un revoltijo en su mano.

—Ten —me las ofreció. Las tomé y las deje sobre la mesa del comedor con parsimonia.

Se puso su chaqueta, que estaba colgada del perchero de la entrada, y subió la capucha de esta. Así nos encaminamos hacía la salida.

—Supongo que es un adiós —dijo compungido.

—Lo es.

Asintió con expresión de tristeza y se fue. Así. Tan simple como suena.

Solo se fue.

Luego de cerrar la puerta tras él, me deje caer pesadamente en una silla.

<<Era lo mejor. Él era solo un problema. No necesitas es tipo de problemas>> Atacaba mi voz interior, tratando de convencer a esa otra parte de mí que decía sí, pero...

La redención de los adictos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora