Capítulo 12: Un lugar en donde refugiarse

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Un largo silencio se prolongó en la conversación.

—Así que Alma Blake, ¿eh? La enigmática chica de las noticias —contestó el tal Alex, al fin.

Suspiré lánguidamente.

—Supongo que soy yo —mi voz era lastimosa—, ¿está Rex ahí? —Fui al grano, no quería seguir perdiendo un segundo.

—Estás de suerte chica mediática, está aquí.

Esperé por varios segundos en silencio, pero nada.

—¿Podrías pasármelo? —hablé incómoda.

—¿Acaso crees que soy su secretaria? —Exclamó, con falsa indignación, y al ver que yo no decía nada bufó y agregó—. Bien, ahora le digo que se ponga al teléfono.

Nerviosa, aguardé apretando el aparato fuertemente contra mi oído. Drew estaba atenta a cada movimiento que hacía.

—¡REX! ¡Tu novia al teléfono! —escuché como gritaba Alex.

¿Novia? ¡Dios, no! Fruncí el ceño instantáneamente ante eso.

Pasaron largos minutos que me parecieron siglos, al mismo tiempo que escuchaba retazos de conversación a través del aparato, pero no logré comprender nada.

—¿Alma? ¿En verdad eres tú? —Habló por fin esa familiar voz.

—Rex, necesito que… —comencé.

—¡Alma, sí eres tú! Temía que fuera alguien haciéndose pasar por ti, pero tu voz… la reconocería en cualquier parte —me cortó, hablando apresuradamente con ¿emoción?

Podía decir lo mismo, la cadencia de su voz resonaba conocida en mis oídos, aunque nunca se lo admitiría.

—¿Cómo conseguiste el número de Alex? —preguntó extrañado.

—Lo busqué en los contactos de tu teléfono, ¡no lo habías perdido! Solo estaba entre los cojines de mi sofá —le expliqué.

—¡Ahh! —Exclamó, y luego guardo silencio unos momentos—. Pero… ¿el móvil no estaba bloqueado?

Santa de la mala suerte. Me había descubierto.

—No… —mentí, tratando de fingir inocencia en mi voz.

Recé por lo mejor mentalmente.

—Habría jurado que sí. Bueno, supongo que habré sacado la clave en algún momento —caviló él, dubitativo.

¡Gracias, oh gran señor de las alturas! ¿No? ¿Muy exagerada? De cualquier forma era una suerte que Rex fuera tan distraído.

—Rex… —intenté de nuevo.

—Dilo de nuevo, “Rex” hace mucho que no escuchaba ese sonido de tu voz —jugueteó, podía imaginar su hoyuelo apareciendo.

—Menos de una semana, genio —inquirí molesta.

Escuché como soltaba un bufido y se reía brevemente.

—Genio. Guau, gracias. Creo que puedo conformarme con ese apodo —me hizo burla.

Yo por mi lado sonreí como una boba, la verdad es que si había extrañado esas incómodas pero entretenidas conversaciones con el impertinente baterista.

—Escucha, Rex, por favor —me centré—. Necesito tu ayuda, tienes que sacar a los medios de la puerta de mi edificio. No puedo ni siquiera salir de mi apartamento ¡Me están volviendo loca!

Luego de un rato suspiró.

—Alma… no es tan fácil, no puedo chasquear los dedos y hacer que desaparezcan —me informó cabizbajo.

La redención de los adictos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora