Capítulo 24: Remordimiento

694 44 10
                                    

Lo primero que sentí fue el frío.

Una oleada helada comenzó a acaparar todo mi cuerpo, se escurría por mi rostro y mis extremidades; por mi cuello y mi torso. Era desagradable. No lo soportaba.

Quería que pare.

Lo segundo que consideré fue el aire entrar por mi garganta. Respirar dolía en mis pulmones destrozados, pero el menos era respirar.

Lo tercero que noté fue la voz ahogada que estaba ¿suplicando?

—Por favor, por favor, por favor —sollozaba aquella voz destruida.

Escuchaba aquellos lamentos como si estuviera dentro de un frasco, los captaba como ruidos secos y ahogados.

—¡Alma despierta, por favor!

Una sacudida. Alguien estaba sacudiéndome. Alguien estaba diciendo mi nombre.

—No puedes dejarme, por favor no me dejes, tú también no, por favor Alma, ¿Cómo puedes? ¡No puedes dejarme! —las sacudidas cada vez eran más nerviosas, la cadencia de aquella voz todavía más desesperada.

Intentaba contestarle, darle señales de que no iba a abandonar a aquella persona, pero no podía moverme, ni siquiera abrir los ojos. Todo era negro y mi vista estaba cegada por la oscuridad.

Respirar se volvía una tarea cada vez más dificultosa. Por mucho que los forzara, mis pulmones solo podían recaudar pequeñas porciones de oxígeno, y luego de grandes intervalos de tiempo.

El frío seguía extendiéndose por mi cuerpo, corría como gotas por mis hombros, ¿era agua?

—Alma, despierta, te lo suplico.

De a poco la voz se volvía más nítida. Era de hombre, definitivamente. Obligué a mi cuerpo a responderle, ansiaba poder despertar y calmar ese dolor atroz que aquel hombre estaba sufriendo.

—Mi amor, vuelve a mí.

Aquella última frase se caló en mi interior, en mi corazón y en mi alma.

Era su voz.

La voz de Rex.

Necesitaba llegar hasta él, desesperadamente, de la forma que sea. Esa iniciativa me dio la fuerza que necesitaba para poder obligar nuevamente a mi cuerpo a obedecerme.

De manera lenta, abrí mis ojos como unas pequeñas rendijas.

El color verde de los suyos inundo mi visión al instante. Estaban tan asustados. Su precioso rostro a centímetros del mío, besando repetidas veces mi frente. No notó que había despertado.

Lágrimas vivas corrían por sus pómulos altos, deseaba estirar mi mano y quitárselas, pero mi cuerpo aún no me respondía como quería. Era tan frustrante.

—Rex —pretendí llamarlo, pero sólo se oyó como un susurro sofocado, sin embargo, fue suficiente para captar su atención.

—¡Alma! —exclamó aliviado, mientras me atraía hacia él y abrazaba fuertemente mi cuerpo inerte. Me estrechó con tanta fuerza contra él que me pareció que iba a quitarme el aire de nuevo, pero no me importo, bajo esa presión me sentía segura, contenida.

—¿Estoy en el cielo? —pregunté con voz pastosa. Todo a mi alrededor era blanco y frío.

Rex soltó una carcajada enferma de alivio, y me acomodó el pelo detrás de la oreja.

—Aún no —besó mi coronilla y volvió a rodearme con sus brazos—. Nunca vuelvas a asustarme de esa forma.

De manera tarda pero continua estaba recobrando la movilidad de mi cuerpo. Parecía como si mis extremidades pesaran cien kilos cada una, pero al menos las sentía.

La redención de los adictos ©Onde histórias criam vida. Descubra agora