Capítulo 6: Secretos

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Drew tenía que encontrarse con unos amigos, por lo que nos dejó en nuestro apartamento con su escarabajo amarillo a Rex y a mí, y luego se fue. Digo en mi apartamento.

Mi amiga había invitado a Rex a ir con ella, pero yo me opuse rotundamente, alegando que era insensato que la gente descubriera que el baterista seguía en Nueva York. Era cierto, pero al mismo tiempo no quería que se vaya, por alguna otra razón que todavía no descubría.

Al llegar a mi casa, mi huésped eligió algunas de las prendas que Drew había seleccionado para él y se dispuso a tomar un baño. Por mi parte, yo decidí preparar el almuerzo. Hacía mucho tiempo que no cocinaba para dos, cuando mi mamá pasaba a visitarme usualmente cocinaba ella. Cuando Drew pasaba a visitarme simplemente íbamos al McDonald.

—Huele bien —expresó Rex entrando en la cocina. Tenía su cabello marrón claro ahora oscuro por estar mojado, y pegado al rostro. Su ojo morado parecía estar sanando.

De repente, repare en la ropa de mi padre que llevaba puesta. Una camisa a cuadros verde, y un jean bastante desgastado por el uso, que le bailaba en la cintura. Nota mental: conseguirle un cinturón.

La verdad no pensé que verlo con esas prendas me iba a impactar tanto, pero lo hizo. Sin poder evitarlo, noté como mis ojos se humedecieron, y apartando la vista rápidamente, los cerré con fuerza. Era un truco que me ayudaba a contener las lágrimas.

Sentí como Rex se acercaba a mí aunque no lo estuviese viendo, y luego posó una mano en mi hombro.

—¿Estás bien? —Ese contacto me sorprendió, al punto de que me paré de mi silla rápidamente, y me apoyé de espaldas a él contra la encimera.

—Sí —dije al mismo tiempo que con un movimiento rápido me limpiaba los ojos.

Cuando me di la vuelta, Rex examinó mi rostro de manera exhaustiva. No parecía convencido, pero no lo expresó con palabras.

Serví para ambos el estofado que había preparado, y juntos nos sentamos en la mesa que se situaba en la misma cocina, ya que mi apartamento no contaba con comedor.

Mmm mu ico —expresó Rex, mientras comía.

—¡No hables con la boca llena! Es de mala educación —lo reprendí, aunque más con aire de broma.

Me miró alzando una ceja.

—Lo siento, su majestad —contestó, siguiéndome el juego y limpiando los bordes de su boca con una servilleta.

—Sabes, creo que me gusta ese apodo —reí.

Seguimos conversando, hasta que los dos nos quedamos en silencio. Rex parecía querer decir algo, pero no estaba seguro.

—Yo... —empezó dubitativo—. Yo lo siento por lo de tu padre. Drew me lo contó. El cáncer es una mierda.

Al decirlo, sus ojos se encontraron con los míos.

—Una total mierda —coincidí, tratando de que mi voz no se entrecortara.

—A mi madre la diagnosticaron cáncer de tiroides cuando yo tenía cinco años, créeme que te entiendo. Luchó contra él dos años enteros, pero al final no lo logró —relató los hechos como si fueran ajenos a él, tomándome por sorpresa. Ojalá algún día yo pudiera ser capaz de contar algo así con tanta tranquilidad.

—No lo sabía, lo siento mucho —Le dije sincera y asombrada.

—Si bueno, ya pasó hace mucho tiempo, luego de veinte años uno aprende a vivir con ello —inquirió con un encogimiento en los hombros, mirándome con una sonrisa amable.

La redención de los adictos ©Where stories live. Discover now