Capítulo 25: De la mano de la muerte

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Cuando llegamos a California, Los Ángeles, nos hospedamos en la casa de Rex —o más bien en la mansión de Rex—, que hasta ese momento era un completo misterio para mí.

—Dios mío —fue lo único que pude decir mientras bajaba del taxi que nos condujo al lugar, abriendo los ojos a más no poder.

Era hermosa. Magnífica. Del tipo de mansiones que sueñas con tener desde pequeño, pero sólo ves por foto en las revistas.

La fachada se encontraba escondida detrás de un grueso follaje compuesto por decenas de árboles, pero no dejaba de resultar imponente a pesar de eso. Era color crema, casi blanca, con unas altas y gruesas columnas que enmarcaban cada arco en la construcción. Ventanales enormes, de madera opaca, se dispersaban por las paredes de los dos pisos y una gran puerta —que me pareció impenetrable—, oscura y con una serie de ornamentos tallados en la madera, terminaba por darle el toque final al lugar.

—¿Cómo puedes preferir mi apartamento teniendo esto? —le pregunté a Rex. Mi comentario produjo que su boca generara una pequeña sonrisa, que lamentablemente no llegó a sus ojos, los cuales permanecieron tristes.

—No es nada —se encogió de hombros, con las manos enfundadas en los bolsillos delanteros de sus vaqueros—. No es un hogar. Es demasiado grande para una sola persona —explicó.

—¿Y por qué la compraste, entonces? —curioseé, levantando una ceja.

—Sinceramente no lo sé. Cuando uno tiene mucho dinero tiende a despilfarrarlo, supongo —reflexionó y rebuscó entre sus bolsillos para encontrar las llaves de la imponente puerta de entrada.

Por dentro era aún más hermosa de lo que pretendía desde afuera. El exterior seguía un estilo de construcción antiguo, más el interior era totalmente moderno: muebles grandes, blancos y cuadrados, pinturas gigantes colgadas por las paredes, alfombras y fuentes, pero en general tenía una decoración minimalista, que le daba un toque bello... Sin embargo, no encontré a la esencia de Rex en ese lugar. Si alguien me lo hubiese mostrado en otro contexto jamás hubiese creído que fuera de él. Rex no era tan pretensioso como para haber elegido esa decoración, él era mucho más sencillo y estoy segura que se hubiese conformado con una interior más clásico, apacible, como el de su cabaña en Bakersfield.

Otra cosa que llamó mucho mi atención fue la falta de fotografías, es decir, había pinturas, pero no retratos de Rex, de sus amigos, su familia... Entendía un poco más porque Rex no lo consideraba un hogar.

—¿Lo decoraste tú? —Pregunté, admirando el interior—. Es muy bonito.

—No —el chico negó con la cabeza y rió. Lo sabía—. Compré el lugar ya decorado. Es lindo, pero vacío de algún valor sentimental para mí.

Me acerqué a Rex por detrás y acaricié sus hombros.

—¿Estás listo? —inquirí, refiriéndome a la situación que debería enfrentar en un par de horas.

Sentí como palpitaba su corazón, desbocado.

—Realmente no —se dio vuelta y enganchó los dedos en las ranuras de mi pantalón, atrayéndome a hacia él—. Pero sé que mientras tú estés a mi lado todo irá bien.

Besó la coronilla de mi cabeza y yo sonreí cohibida.

Dos horas después ambos estábamos enfundados en ropajes de gala que no me parecieron bonitos en lo absoluto. Eran negros y tristes, y significaban mucho más que un atuendo casual, marcaban la fecha de un día muy triste, y por eso los odié. En otras circunstancias quizá podría haber admirado lo divino que estaba Rex con traje, pero realmente el chico no se veía bien, es decir, me seguía resultando hermoso, pero una tristeza cubría todas sus facciones. Era más la sombra de sí mismo, ya no brillaba.

La redención de los adictos ©Where stories live. Discover now