Capítulo 2: Invitado indeseado

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Acomodé al baterista de forma que su cabeza descansara sobre mi regazo. Me daba un poco de lástima seguir viéndolo con la cara pegada al piso, que no estaba especialmente limpio.

Tenía el pelo marrón claro despeinado y pegado a la cara, un ojo morado, y un intenso olor a alcohol.

Cuando Drew volvió, lo recogimos del piso como pudimos. Colgamos cada uno de sus largos brazos alrededor de nuestros hombros y prácticamente lo arrastramos hacía el vehículo. Nuestra intención era sentarlo en el asiento de atrás, pero mientras lo intentábamos, su cuerpo inerte cayó en el espacio que hay entre los asientos, antes de que por lo menos pudiéramos detenerlo. El cuerpo de Rex quedó en una pose que ni siquiera sabía que fuera anatómicamente posible.

Drew conducía en silencio, al mismo tiempo que una sonrisa silenciosa se dibujaba en su rostro. Estaba gozando en grande.

Al llegar repetimos el proceso de arrastrarlo hasta mi apartamento. Fue una suerte que mi edificio tuviera ascensor, ya que vivía en la planta ocho. Subir las escaleras llevando a cuestas el cuerpo del sujeto hubiera sido sencillamente imposible.

Al entrar en mi vivienda, con un suspiro de agotamiento, Drew y yo dejamos a Rex tendido sobre mi pequeño sofá marrón, mientras respirábamos agitadas por el esfuerzo. De un momento a otro, a mi amiga se le iluminó el rostro. La conocía lo suficiente como para saber que una idea había surgido en su mente.

Drew comenzó a buscar entre sus bolsillos para finalmente sacar su celular, entonces, ante mi propio asombro, se sentó al lado del inconsciente Rex, y empezó a sacarse las famosas "selfies" junto a su cuerpo.

—¿Qué? —me miró con una sonrisa pícara—. Voy a aprovechar la situación lo más posible, no lo dudes.

Drew rio, en parte contagiándome su risa y su entusiasmo.

No sabía cómo, pero la dos terminamos sacándonos fotografías con el cuerpo inerte del baterista, haciendo caras extrañas, colgándole collares y poniéndole sombreros. Lo único que me queda por decir sobre ese hecho es que hacía mucho tiempo que no me reía tanto.

—¡Podríamos viralizar estas fotos en internet! —exclamó entre carcajada y carcajada mi amiga.

—Estoy segura que alguna revista nos pagaría cierto dinero por ellas —medité yo, pensativa—. La verdad es que tengo ganas de renovar mi nevera.

En ese momento el celular de Drew sonó con el tono característico que significaba que la que la que efectuaba la llamada era Angeline, su hermana mayor.

Después de hablar un rato con ella en la cocina, Drew se volvió hacia mí y me dijo:

—Malas noticias, camarada. Me temo que tendré que volver a mi casa, mi toque de queda caducó hace varias horas, y Angeline está furiosa —Drew comenzó a ponerse su abrigo, mientras la desesperación se abría paso en mí.

—¿Qué? ¡No! No puedes dejarme a solas con él, por favor, ¡Tienes veintiún años! No puede ponerte un toque de queda —dije desesperada, hablando rápido y balbuceando.

—Lo siento, ya conoces a Angeline, me hará la vida imposible. Si no vuelvo lo lamentaré.

Eso era verdad, Angeline era demasiado sobreprotectora con su rebelde hermana menor. Yo la entendía, Drew y su hermana se criaron con unos padres que nunca estaban en casa, por lo que Angeline fue casi como una madre para Drew. Pero aunque la entendía, no quitaba que me exasperara. Ese día precisamente necesitaba que Drew se quede conmigo, pero sabía que la palabra de Angeline era ley para mi amiga.

Después de despedir de forma irremediable a Drew, quien prometió que me visitaría lo antes posible en la mañana del día siguiente, me quedé sola con el misterioso Rex.

La redención de los adictos ©Where stories live. Discover now