Epílogo

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2055.

Alma observó por la ventana de la cocina como Rex y su hijo Scott colocaban la larga mesa de madera en el jardín trasero de la casa. Como era costumbre en el hogar Rosemberg, todos los domingos las chicas de la casa, Alma y Amanda (o Mandy, como ellos la llamaban) se encargaban de preparar la deliciosa lasaña especial que compartirían con los amigos y la familia. Alma decía que la receta la había obtenido de una amable señora que solía tener la misma costumbre de organizar almuerzos especiales con ella. Desde entonces, se la había enseñado a su hija Mandy, y a su vez esta se la estaba comenzando a enseñar a su hija Sky, de apenas doce años.

Ya comenzaba a llegar la gente. Drew sostenía en brazos al pequeño Cole. Tenía un año y era el tercer nieto de Alma y Rex, hijo de Scott y el primer varón entre los tres. Era, irrevocablemente, el consentido de toda la familia.

Más allá, Ágata, con su débil y arrugado cuerpo, se acomodaba en el sofá mientras veía la tele. Alma sabía que realmente no le estaba prestando atención. Hacía mucho tiempo que su madre estaba ausente. Los años y la edad se habían llevado su lucidez.

Wyatt se encargó de estirar el mantel sobre la larga mesa de madera en el jardín, mientras que Rex le contaba una vez más la historia de cómo había conocido a Alma. Le encantaba recordarla. La relataba con tanto entusiasmo que todos lo dejaban hacerlo, excepto claro la misma Alma, que solía dedicarle un <<Oh, ya cállate>>, junto con un cariñoso golpecito en la mejilla.

Ni Alma ni Rex fueron conscientes del envejecimiento en el otro, ellos veían más allá de las arrugas, el cabello encanecido o las marcas de la piel. Sus sonrisas seguían siendo las mismas, y sus ojos también. El hoyuelo todavía se marcaba en la mejilla de Rex. Todo seguía igual.

Jamás se casaron, pero tampoco se separaron en ningún momento. Al principio se quedaron en Nueva York. Con el correr de los años Alma había llegado a ser chef en jefe de un importante restaurante en Manhattan, a pesar de nunca haber ido a la universidad, y Rex, por su parte, había abandonado completamente la carrera musical para usar la fortuna que había cosechado en la creación de una organización benéfica para combatir el cáncer en los niños. No obstante, seguía tocando la batería en sus tiempos libres.

A los 65 años, Rex todavía seguía siendo jefe de la organización, que se había vuelo famosa a nivel mundial, pero prefería dirigirla desde su caserón en Bakersfield, California. Alma había accedido a mudarse allí luego de varios años, después de todo el lugar le encantaba y ya llevaba algún tiempo jubilada desde que la vista había comenzado a fallarle.

Su hijo Scott, junto con su esposa Minnie, vivían en Los Ángeles. Se habían quedado con la vieja mansión Rosemberg luego de que Brad, el padre de Rex, muriera. Allí estaban comenzando a criar a su hijo Cole, que disfrutaba de correr por el enorme jardín trasero y de jugar con sus dos perros dálmatas.

Su hija Amanda, por otro lado, también vivía en Bakersfield. De hecho, una de las razones por las que Rex y Alma habían decidido mudarse allí había sido para estar cerca de ella y de sus dos nietas: Sky y Marleen. Para Rex, estar cerca de la familia y de los seres queridos era muy importante.

Ese día todos sus familiares más cercanos y sus amigos (Drew junto con Wyatt, por siempre inseparables, Alex y Steve) habían acudido porque se trataba de una ocasión especial. Se habían cumplido cuarenta años desde que Rex le había colocado el anillo, cuya antigua propietaria la difunta Amanda, a Alma en el dedo. Todos sabían que para ellos eso era su propio casamiento.

Nunca fueron capaces de vender el apartamento donde todo había ocurrido, incluso cuando se mudaron a una casa más grande en Nueva York para criar a sus hijos, ni tampoco cuando se mudaron a Bakersfield. Conservarían la propiedad por siempre. De hecho, disfrutaban de viajar todos los años allí luego de su "aniversario". Esa ocasión no era la excepción, Alma ya tenía preparadas las valijas de los dos en la recámara del segundo piso.

El almuerzo se desarrolló felizmente. Todos en el lugar se querían. Rex disfrutaba de contar a sus nietos las historias de su maravilloso hermano Scott, el soldado, y de la carismática abuela de Alma, Amanda. Decía que era importante que las memorias de esas personas maravillosas fueran transmitidas, de ese modo nunca morirían del todo.

Por la noche del día siguiente, Alma y Rex entraron con regocijo en el apartamento donde su historia había sucedido. Se encargaban de mantenerlo bien cuidado ya que le tenían mucho cariño.

A pesar de todo, ir allí no era su única tradición. Ambos cenarían y luego de cada cena, Rex formularía la misma pregunta que llevaba repitiendo durante los años, <<¿Te casarías conmigo?>>, para luego recibir el acostumbrado <<no>> con una resignada sonrisa. Él nunca se había rendido.

Recostados en el sofá, abrazados el uno al otro y mirando como las luces de Nueva York entraban por la ventana, Rex preguntó:

—Alma, ¿te casarías conmigo?

Entonces, para su sorpresa, ocurrió lo inimaginable. Ella dijo sí.

FIN.


La redención de los adictos ©Where stories live. Discover now