Capítulo 28: vínculos

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La adrenalina recorría todo mi organismo y se aglomeraba en las terminaciones de mis extremidades como centros nerviosos, haciendo que todo mi cuerpo se agite a causa de los incontrolables temblores.

Los extremos de mi visión se estaban volviendo borrosos. Lo único que era capaz de escuchar era la risa burlona de Quentin, su respiración agitada, su asquerosa lengua relamiendo sus labios. De repente estaba en todas partes y en ninguna, con el único objetivo de hacerme sufrir.

Quería luchar una batalla que ya daba por perdida, por lo que intenté nuevamente zafarme de él con las pocas fuerzas que me quedaban luego del golpe. Otro error.

—Pequeña zorra —masculló entre dientes mi agresor en cuanto comencé a arañarlo incontrolablemente, gritando como una posesa. Una agradable satisfacción recorrió mi cuerpo cuando unas pequeñas gotitas de sangre comenzaron a acopiarse en los rayones que mis uñas había dejado en su rostro.

Entre forcejeos, logré meter mis dedos en sus ojos.

—¡Ah! ¡Maldita perra! —gritó Quentin, mientras se apartaba de mí y se cubría el rostro con sus manos.

Esa fue mi oportunidad.

Ágilmente me liberé de su agarre, aunque no fue tan fácil salir desde abajo del peso de su cuerpo. Gateando por el suelo, me alejé lo más rápido que fui capaz. Mis rodillas y mis palmas estaban a carne viva por el roce contra el suelo áspero, pero el dolor hizo que pudiera concentrarme en algo, impidiendo que me distraiga el pánico.

Escapar. Ese era mi único objetivo. Claro y preciso.

Una vez que estuve lo suficientemente lejos del hombre del diente de oro intenté ponerme en pide, pero los estúpidos tacones que llevaba puestos hicieron que me tambaleara, restando valiosos segundos de mi tiempo.

Maldije.

Escuché los pasos detrás de mí cuando ya era demasiado tarde.

—Ya verás —profirió Quentin en un susurró amenazador por encima de mi hombro. Su boca rozando mi cuello.

En un rápido movimiento que no fui capaz de prever me dio la vuelta con brusquedad y volvió a tumbarme en el suelo de espaldas. Grité cuando lo que me pareció unos cristales se clavaron contra mi espalda, entre mis omóplatos.

Quentin se encontraba luchando con mi falda, intentando arrancarla de mi cuerpo cuando alguien golpeó la puerta del teatro.

Sus ojos llenos de furia se encontraron con los míos, perspicaces.

Quentin me levanto del suelo en un movimiento fluido. Pasó un brazo por mi cuello y con la otra mano cubrió mi boca.

—Shhh... —susurró suavemente contra mi oído.

Con pasos lentos comenzamos a caminar en ese complicado agarre hacia la puerta.

Más golpes.

—¿Si? —preguntó mi atacante sin abrir la puerta, fingiendo una voz tranquila.

Una voz conocida se escuchó desde el otro lado de la madera.

Por desgracia, no era quien yo esperaba.

—Me llamo Drew, vine por mi amiga Alma, trabajó aquí esta noche —explicó mi mejor amiga, despreocupada y ajena a la situación.

Quentin me miró por unos fugaces momentos.

—Dos por uno —susurró y entrevió una sonrisa psicópata, burlona.

No podía ser. No podía ser. No, no, no y no.

La redención de los adictos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora