Capítulo 17: Perdido

835 55 16
                                    

SEGUNDA PARTE: REX.

Me desperté en una habitación que no reconocía, rodeado de extraños, y oliendo aromas que no había olfateado en mi vida.

Al levantarme, mis extremidades se sintieron pesadas, y mi estómago ardía como nunca, pero lo peor sin duda era el terrible dolor que me oprimía la cabeza, tan fuerte que me costó encontrar un correcto equilibrio en cuanto estuve de pie. No fue fácil salir del lugar, esquivando cuerpos, botellas rotas y puntiagudas jeringas.

Estaba desesperado por una aspirina, y en cuanto pensé en tal analgésico recordé el día en que conocía a Alma, y en mi cabeza se formó la visión de ella tendiéndome unos comprimidos y un vaso de agua. Al pensar ella, esa jodida persona en particular, me dieron ganas de tomar el triple de lo que había tomado la noche anterior, que de seguro habría sido mucho.

<<¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué me causas esto Alma?>> No podía parar de preguntarme, al igual que no podía sacar esa sonrisa de mi cabeza, aquella que en otros momentos me causo alivio, y luego solo fue otro de mis problemas.

Si estaba seguro de algo, además de que el cielo era azul, era que la extrañaba. Tanto. Tantísimo.

Quizás fuera un estúpido melodramático, pero no podía sacarla de mi cabeza, y me molestaba.

Soul Stone estaba en medio de una gira, pero mis pensamientos no podían estar más lejos de eso, estos eran oscuros y fríos, y poco tenían que ver con música. Los rostros de mi padre, Scott y Alma no dejaban de bailar en mis recuerdos, y aparecían en cuanto cerraba los ojos. Excepto cuando bebía. Y bebía mucho.

Permanecíamos cada día en un estado diferente, y acarrear mis cigarrillos y mis botellas se estaba volviendo irritante con las constantes críticas de Alex. ¿Por qué le molestaba? Si al fin y al cabo era yo el que estaba desperdiciando mi vida. En el fondo, quería darle la razón, dejarlas y jamás permitir que una gota de alcohol vuelva a hacer contacto con mis labios, pero no podía. Si Dios existía, el bien sabría eso, aunque claro, él no existía y solo lo sabía yo.

El alcohol, tan magnifico y mortal. Hubiera querido separarme de él en vez de separarme de Alma, que era más magnifica y mortal todavía. Ella me hacía tan bien, porque me entendía, y nadie me había entendido en mucho tiempo. No sabía todo de mí, pero no hacía falta, cuando sus ojos azules miraban directo hacía los míos sentía como si lo supiera… y no le importara; como si quizás, en algún momento, ella pudiera llegar a amar mis demonios.

Aunque claro. Probablemente aún estuviera un poco borracho, y no pudiera pensar con claridad. Era lo más probable. Últimamente siempre estaba un poco borracho. O muy borracho.

—Hey guapo, ¿ya te vas? —me preguntó un rubia sentada en el piso del lugar del que estaba intentando salir. Pensé que era el único que había despertado.

—Sí. —dije solamente. Me dolía tanto la cabeza que mi propia voz resonaba contra las paredes de mi cráneo. Era una tortura.

La rubia saco un blanco cigarrillo de algún lugar de su abrigo y lo encendió. Mi estómago dio un vuelco. Quería un cigarrillo también.

Debió ser por mi mirada de deseo, o por la forma en la que relamí mis labios, pero la chica rió y me ofreció el cigarrillo que hace momentos había terminado de prender. La forma desesperada en que mi cuerpo se abalanzó sobre el objeto me hizo avergonzarme de mi mismo, pensamiento que me duró poco sin embargo, olvidado una vez que le di la primera calada.

Se lo devolví y ella volvió a posarlo en su boca. Como una mariposa que se posa en una flor. Me dejé caer a su lado en el suelo, cansado.

—¿Qué te trae por aquí, Rex Tyler? —dijo con una expresión vacía, y sin mirarme en lo absoluto. Su boca dejaba escapar el humo del cigarro mientras hablaba.

La redención de los adictos ©Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt