Capítulo 8: Significativos desacuerdos

885 57 16
                                    

Mi cuerpo se paralizó por completo. Me limité a mirar anonadada a mi mamá, con los ojos como platos, sin poder hablar siquiera.

—¿Quién es? —volvió a repetir con un cierto aire de autoridad.

A continuación les voy a describir a Rex desde lo que seguro sería su punto de vista: Alto y demasiado "flaco", vistiendo ropa excesivamente holgada para él, con el pantalón caído por la falta de cinturón (cosa que mi madre odiaba). Cortes y grandes moretones por su rostro y su cuello, hasta donde ella legaba a ver, característicos de una reciente pelea. Cabello despeinado. Múltiples aros en las orejas. Desaliñado en general.

De repente, el baterista se aclaró la garganta, e interrumpió la incómoda situación

—Rex Rosemberg, encantado —declaró serio pero cortes, tendiéndole la mano en forma de saludo.

No entendía porque exactamente Rex le dio un apellido falso, pero decidí no mencionarlo.

—¿Usted es? —añadió, sonriendo amablemente.

Mi madre, por su parte, lo miraba con ojos entrecerrados. Le tomó la mano desconfiada.

—Ágata Blake —contestó, seguía usando su apellido de casada—. ¿Por qué no lo invitas a pasar, Alma? Así conversamos.

Claro que ella no quería tener una conversación para disfrutar solo del placer de esta, quería interrogar a Rex, evaluarlo.

En cuanto terminamos de entrar a mi apartamento, ella comentó:

—Nosotras ya terminamos de comer —le dijo, según noté, falsamente apenada—, pero si quieres puedes servirte un plato. Alma y yo preparamos una torta.

—Bueno, si Alma la preparó quizá la pruebe. Su hija cocina muy bien —noté que cada gesto de Rex era medido, pero sin embargo se mostraba amable.

Mi mama frunció el ceño ligeramente ante eso.

—¿Alma ha cocinado para ti con anterioridad? —Preguntó con interés, dándome una mirada cómplice—. Nunca me cuenta nada.

—Sí, aunque solo un par de veces —le contestó Rex.

—¿Y de dónde se conocen? —Siguió con su cuestionario mi progenitora.

Rex y yo nos miramos. Simplemente con la mirada me preguntó si podía decirle la verdad, y a lo que yo le devolví con una mirada iracunda que estoy segura que interpretó como un no.

—Somos compañeros de trabajo —interrumpí yo, hablando por primera vez desde que Rex había entrado en mi casa.

Mi madre asintió y lo miró de pies a cabeza.

—¿Si? Es curioso, porque nunca te he visto por el Banco las veces que he ido —expresó, y miró a Rex con desprecio. Eso me molestó en una medida desorbitante.

—Quizá no te fijaste con la suficiente atención —le contesté seca, tratando de contener mi enojo.

Los tres nos sentamos en la mesa, y mi madre y Rex siguieron con su conversación.

—¿Por qué decidiste pasar por la casa de Alma esta noche? —le preguntó ella. No se caracterizaba por ser la mujer más sutil del mundo.

—Necesitaba que me aclarara algunas cosas del trabajo. Ya sabe, papeleo y eso —Rex trató de disimular, pero para mí estaba claro que no tenía ni idea de lo que estaba hablando.

—¿Pero no la ibas a ver mañana en el Banco? —mi madre entrecerró los ojos.

—Soy muy ansioso —inquirió él, en un encogimiento de hombros, restándole importancia.

La redención de los adictos ©Où les histoires vivent. Découvrez maintenant