Capítulo 29: Final

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Rex todavía no podía creer que me había puesto en tanto peligro solo para conseguir dinero. Como me lo temía, se ofreció gustoso a pagar mi educación en la prestigiosa escuela culinaria, oferta que rechacé (unas setenta veces).

Luego de una semana, Drew y yo nos habíamos recuperado completamente de nuestras heridas. La visité en repetidas ocasiones durante esos días, después de todo estaba desempleada y disponía de mucho tiempo.

Era raro verla junto a una chica. Wyatt me caía muy bien, sin embargo, más todavía me seguía resultando surrealista verlas besarse o acariciarse con cariño. No era que me molestara, simplemente me había pasado la vida entera creyendo que mi mejor amiga era heterosexual hasta la médula. Al parecer me había equivocado.

Aquel día nos encontrábamos en la cafetería del hospital Rex y yo. En ese preciso instante, mientras yo intentaba terminar a duras penas mi pudín, estaban operando a mi abuela Amanda.

—Todo va a salir bien —me repetía Rex, aunque más bien parecía estar intentando converse a sí mismo.

Asentí, sin poder emitir palabra por el nudo que oprimía mi garganta. Alargué el brazo y le acaricié la mejilla moteada de pecas. De forma automática, Rex recostó su cabeza en mi mano y cerró los ojos.

Nos mantuvimos así unos momentos, sin hablar, disfrutando únicamente la cercanía del otro.

—¡Rex! —el agudo grito cortó el aire, sobresaltándonos a ambos.

La mirada de intriga de mi novio al instante se endulzó como la miel en cuanto sus ojos divisaron a la pequeña niña rubia, de la mano de su madre, que lo saludaba agitando su manita.

—¡Hola, Audrey! —le contestó el baterista, ocultando su preocupación y devolviéndole una sonrisa radiante.

Todos los niños parecían querer mucho a Rex en el hospital. El baterista disfrutaba cada vez más de prestar ayuda en el pabellón infantil. Como su carrera en la música ya no era segura, le planteé la idea de convertirse en pediatra, pero solo se había reído y había negado con la cabeza. <<Lo mío no es ser médico, Alma. Lo mío son los niños>>, me había contestado con dulzura.

Audrey, se perdió entre la gente de la cafetería, saliendo de nuestro campo de visión. Noté la preocupación aún presente en los ojos de Rex, sin embargo, el encuentro con su pequeña amiga lo había relajado un poco.

Luego de un par de horas, en las cuales no nos movimos del hospital, los médicos nos comunicaron que mi abuela había salido bastante bien parada de la operación, pero que estaría delicada por un buen tiempo. Se decidió que volvería a hospedarse con mi madre, ya que aún no estaba lista para recorrer el largo viaje hasta su hogar.

—¡Sabía que lo conseguiría, señora! —Rex chocó su puño con el de la soñolienta señora tendida en la camilla. Mi abuela sonrió, aunque débil.

—Adoro a este chico —susurró, antes de volver a caer en un profundo sueño con una sonrisa aún impresa en su rostro.

Rex y yo reímos, el alivio nos embriagaba.

Esa noche por fin pudimos dormir relajados. Una serie de horrores habían acosado nuestras vidas en los últimos meses y sólo deseábamos quietud y tranquilidad.

Muy tarde por la noche, ya tendidos en la cama, Rex me rodeó con el brazo y frotó su nariz con la mía.

—Siento que tú eres lo único que tiene sentido en mi vida —susurró.

Me emocioné tanto que no pude hacer otra cosa más que besarlo. Nunca se me habían dado bien las palabras.

Resultó que Wyatt podía llegar a convertirse también en una gran amiga. Su padre era dueño de un pequeño restaurante en Brooklyn, llamado Pato a la naranja. Drew le había comentado que me gustaba cocinar y que además estaba desempleada, y ella solita se había encargado de hablar con su padre para que me concediera un empleo, ¡ni siquiera tuve que pedírselo!

La redención de los adictos ©Where stories live. Discover now