Capítulo 1: Nostalgia

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PRIMERA PARTE: ALMA





Dos semanas después.

Drew y yo llegamos al establecimiento en su viejo escarabajo color amarillo desvaído. Estaba todo el lugar tan abarrotado de gente que tuvimos que aparcar tres manzanas lejos de allí. No había preguntado a quién iríamos a ver, no me importaba realmente, pero en ese momento pensé que debería ser una banda bastante famosa si era capaz de convocar tal caudal de gente.

En cuanto pudimos entrar al terreno, un espacio al aire libre cercado con vallas con un enorme escenario en medio, me golpeó el familiar olor a marihuana, y mis manos comenzaron a temblar.

Drew comenzó a meterse a través de las masas de personas empleando empujones y codazos. Era fácil seguirla, ya que su cabellera rosa resaltaba en medio de la multitud. Ella fue la única amiga que conservé de mi anterior vida insana, porque a pesar de que sabía que de vez en cuando Drew todavía consumía, jamás me invitaba a acompañarla ni lo hacía en mi presencia, y siempre trataba de cuidar que yo me mantenga alejada de esas sustancias. Mi amiga fue la que me consoló en los momentos de tentación, en los que sentía que si no tenía cualquier tipo de droga en mi sistema, me moriría. Fue a verme casi todos los días en los cuatro meses que estuve en el centro de rehabilitación.

Finalmente paramos de caminar. Estábamos bastante cerca del escenario, todavía vacío, y había tanta gente que sentía que me iba a explotar el pecho.

—¡A un lado mojigata! —me dijo un tipo grande y musculoso, que me empujó para hacerse un hueco.

—¡A un lado tú, grandulón sin seso! —le contestó Drew, y volvió a introducirme en mi lugar, agarrándome por las muñecas. El tipo gruñó.

Supongo que el sujeto me llamó "mojigata" por la ropa que llevaba puesta, que consistía en una remera de manga corta, de color crema, sin ningún tipo de escote, y una pollera marrón que me llegaba hasta las rodillas. Además llevaba mi largo cabello negro de una manera muy insípida: caía en forma de despeinadas ondas, sin una forma definida, por mi espalda.

Aunque no lo crean, esa fue la ropa más informal que encontré en mi guardarropa. Mi madre había tirado todas mis prendas antiguas, es decir, mis remeras negras con logos de bandas metal, mis botas y campera de cuero, y mis polleras cortas con cadenas. Todo. Lo hizo en cuanto me internó en el centro de rehabilitación, para luego encargarse personalmente de comprarme nuevas ropas, al gusto de ella, obviamente. Supongo que me obligué a mí misma a usarlas, ya que parte de mi terapia en el centro consistía en construir una nueva "yo".

—Estoy muy nerviosa —inquirió Drew en voz alta y cantarina, por encima de murmullo de voces—. Creo que cuando vea a Alex voy a desfallecer.

—¿Quién es Alex? —pregunté, aunque sabía que de seguro era algún integrante de la banda.

—El bajista, por supuesto. Tiene unas manos largas y fuertes, y a veces imagino que me... —Su discurso fue interrumpido cuando de repente todo el mundo empezó a gritar, saltar y a amontonarse.

Miré hacía en escenario, y efectivamente comprobé que la banda ya estaba tomando sus posiciones en los respectivos lugares. Eran tres chicos. No. Cuatro. Acababa de llegar un último miembro, que se sentó detrás de la batería. "Soul Stone", leí en el bombo.

Luego de que el cantante acomodara el micrófono a su gusto, y de que el resto de los integrantes terminaran de afinar y comprobar sus instrumentos, el baterista exclamó:

—¡Uno! ¡Dos! ¡Tres! ¡Cuatro! —y se internaron todos juntos dentro de una melodía furiosa, bastante rápida.

Automáticamente el público comenzó a vitorear y a saltar desenfrenados. Drew dejó salir un grito de júbilo a mi lado.

La redención de los adictos ©Where stories live. Discover now