Capítulo 21: Sorpresas

774 46 25
                                    

A media tarde ya no era capaz de controlarme. En la noche vería a Alma; cenaríamos junto con su abuela en su casa, lo que me ponía muy contento, pero llevaba horas sin estar con ella y la presión en mi pecho se acrecentaba por un significativo detalle: Quería fumar miles de cigarrillos y ahogarme en una botella de vodka. No podía aguantarlo más.

Mi ansiedad era tal que impedía que lograra pensar con claridad. Caminaba de un lado al otro por mi habitación de hotel, tirándome del pelo y pateando cosas. Había perdido el control.

Solo quería un cigarrillo. Uno. Al menos uno.

Me puse mi abrigo con capucha y mis lentes oscuros, dispuesto a ir a comprar un paquete de cigarros. Si no lo hacía, me moriría.

En cuanto salí fuera del hotel en donde me alojaba el aire frío me ayudó a aclarar todas mis ideas, sin embargo, no fue suficiente para calmar mis ansias de nicotina, por lo que no hice más que caminar decidido hacia la tienda más cercana. Mis manos temblaban, pero no era por culpa del frío. Últimamente temblaban todo el tiempo, como si estuvieran nerviosas por no tener un cigarro o un botella entre los dedos.

Divisé mi objetivo final a lo lejos y sin que siquiera me diera cuenta mis pies comenzaron a caminar más rápido, el monstruo adicto en mi estaba impaciente. En cuanto estuve a punto de entrar al establecimiento mi desesperación fue tal que no me fijé por donde iba, haciendo que me chocara contra una señora.

—Lo siento... —balbuceé sin prestar mucha atención, hasta que reparé en quién era.

Ágata.

Llevaba su pelo oscuro y salpicado con algunas canas recogido en una coleta tras la cabeza y unas oscuras ojeras se extendían por debajo de sus ojos azules, del mismo color que los de su hija. Había una expresión de desolación en ellos.

—Rex, hola —saludó en parte sorprendida y en parte disgustada.

—¿Ágata? —saludé, pero sonó más como un pregunta en mis labios. Estaba un poco desconcertado, y por unos momentos su aparición hizo que me olvidase de mi misión de comprar cigarrillos.

—Sigues en Nueva York, al parecer... —siseó a regañadientes. No estaba contenta de verme, por supuesto.

—Hasta el sábado —le respondí incómodo dentro del ambiente que se había formado entre nosotros.

—¿Y qué estabas haciendo por aquí? —indagó más por cortesía que por otra cosa, al ver que yo seguía con mis pies anclados al suelo frente a ella.

<<Vine para poder calmar mi irrefrenable deseo de nicotina, ¿y usted?>>

—Vine a dar un paseo —contesté tragando saliva—. La verdad es que estoy intentando dejar de fumar, pero se me está haciendo demasiado difícil evitar hacerlo.

Las últimas palabras brotaron solas de mi boca antes de que pudiera frenarlas, no obstante, hicieron que Ágata abriera los ojos sorprendida y posteriormente que una expresión menos hostil se instale en su rostro.

—Eso es bueno —dijo, con ¿aprobación?—. Hay muchos productos que puedes probar para reemplazar la nicotina, obviamente de forma sana —me explicó con una amabilidad repentina—. A Alma le funcionaba masticar goma de marcar y caramelos.

El anonadado ahora era yo. Ágata no hablaba tan amable conmigo desde... nunca.

—Oh... gracias, lo tendré en cuenta —mascullé impactado por su cambio de actitud.

—Espera, creo que aquí tengo algunos —la señora comenzó a hurgar en los bolsillos del bolso bordó que llevaba colgado al hombro hasta que encontró lo que buscaba: un puñado de al menos cinco caramelos de miel—. Ten —me lo ofreció y los dejo caer en las palmas de mis manos.

La redención de los adictos ©Where stories live. Discover now