Capítulo 27: Acosada

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Lo primero que tenía que decir era que buscar trabajo era más difícil de lo que parecía. Llevaba trabajando en el Banco desde los veinte años, por lo que hacía bastante tiempo que no tenía que preocuparme por esas cuestiones.

Al principio me preocupé por buscar trabajos que pudieran gustarme y que además dejaran buena paga, pero después de toparme con tres jefes locos, una mujer que me preguntó si era virgen en mi entrevista y dos depravados sexuales, me conformaba con cualquier cosa que como mínimo no comprometiera mi integridad física.

No quería contarle a Rex porque buscaba trabajo con tanto empeño. La realidad es que quería ahorrar para el Instituto Culinario, y si él se enteraba insistiría en pegármelo. No podía permitirlo. Necesitaba conseguirlo por mí misma.

Una tarde, mientras salía de una de mis múltiples entrevistas de trabajo (luego de la sexta había perdido la cuenta), noté al mirar por encima de mi hombro a un hombre que me observaba. Intenté no darle importancia, crucé la calle como si nada y me dirigí a la entrada del metro que me correspondía. Cuando intenté buscarlo con la mirada ya se había ido.

Una vez dentro del metro, me senté en un asiento al azar, distraída mientras le enviaba un mensaje a Drew. Todos los días se sentaban diversas personas a mi lado, pero aquel en especial percibí con un escalofrío cuando mi hombro rozó con el de la persona a mi lado mientras esta se asentaba en su asiento.

Era aquel hombre.

En cuanto lo miré, comprobé que ya había posado su mirada en mí con anterioridad y que me sonreía dulzón.

—Me presento. Quentin McGuilly —el hombre, que seguía con aquella sonrisa compradora, me tendió su mano. No pensaba corresponderle el gesto, por lo que lo dejé con la mano suspendida en el aire.

El hombre era algo relleno, pálido, con la piel del color de una vela, y una incipiente calva en la coronilla de su cabeza. ¿Lo que más me inquietó? El diente de oro que exponía su dentadura traicionera al sonreír.

—¿Te comió la lengua el gato? ¿O tu mami te dijo que no hables con desconocidos? —preguntó, con aire de broma, pero yo solo me estremecí.

—No —sólo dije. Me merecía un premio por la respuesta más inteligente.

—Quizá es atrevido de mi parte, pero hace días que te veo dando vueltas por las avenidas, saliendo de diversos lugares en donde se busca personal, por lo que deduzco que buscas trabajo —bueno, eso sí que era raro—. No pienses que soy un acosador, por favor no lo hagas. La simple verdad es que también frecuento esos lugares en busca de afortunados oportunistas como tú.

Ese diente de oro ya empezaba a inquietarme tras su permanente sonrisa, ¿acaso tenía algún problema en la cara? Me percaté de que cada vez se acercaba más a mí, por lo que tenía muy cerca de mi campo de visión su rostro poseado y demacrado.

—¿Oportunistas? —se me ocurrió preguntar.

—¡Personas que buscan ganar dinero fácil! —Exclamó, y aplaudió como si le acabará de contar la mejor broma del mundo—. Tú, amiguita, eres una.

Quise rebatir al instante lo que él dijo, pero en realidad esa era la verdad; buscaba dinero rápido, mucho mejor si era fácil. A partir de ahí, lo escuché un poco más interesada.

—Yo tengo la solución a tu problema. Verás, soy el dueño de un pequeño teatro, no es muy popular ni demasiado pretencioso, pero tiene obras y artistas muy buenos, lo único que necesita es... ya sabes, algo de publicidad —hablaba tan rápido y gesticulaba tanto con la manos que me hacía estirar el cuello y alejar la cabeza.

—¿Y cómo podría yo ayudarte? —le pregunté, con voz inexpresiva.

—¡Fácil! Lo único que necesito es un par de personas que se paren en la puerta del lugar, le entreguen folletos a la gente y le cuente las maravillas del teatro —me explicó al mismo tiempo que me guiño un ojo—. ¿No es difícil cierto? Pago por noche y pago bien.

La redención de los adictos ©Where stories live. Discover now