Capítulo 3: No tan malo

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Eran las diez de la mañana de un domingo que en normales circunstancias tendría que haber sido aburrido y sin rastros de emociones. Pero no. Tener a Rex Tyler en mi casa no era una circunstancia normal, por supuesto, mucho menos aburrida.

No se me ocurría otra cosa que llamar desesperada a Drew, quién me había dicho que pasaría por mi casa cuanto antes pudiera, pero aún no había aparecido.

Mientras me concentraba en marcar su número por octava vez, mi teléfono fue interrumpido por otra llamada entrante, de probablemente la persona que menos quería que me llame en ese momento: mi querida madre.

—¡Mamá! Hola... —dije con la imitación de alegría menos convincente en la faz de la tierra, sumada a una risita falsa.

—Hija, hola... Te noto un poco nerviosa, ¿está todo bien? —preguntó mi madre al otro lado de la línea. Santa mierda.

—Pff, sí, perfecto —¿podría alguien actuar peor que yo?—. Es un día espléndido, ¿no lo crees? —¡deja de ser tan patética, Alma! Por Dios.

—Sí, supongo... Es bueno oírte de tan buen humor. Estaba pensando en pasarme por tu casa en unas horas...

—¡No! —la interrumpí abruptamente—. Digo, no, lo siento, tengo mucho trabajo que terminar para mañana, y estaré todo el día ocupada.

Eché una mirada por encima de mi hombro a Rex, quien desde mi sofá miraba la televisión con expresión de aburrimiento. No le había mentido a mi madre cuando le dije que estaría ocupada, aunque no era necesariamente por cuestiones de trabajo.

—Es una lástima, tenía muchas ganas de pasar a verte —la voz de mi madre bajó de tono. Se había desanimado.

—Otro día, ¿sí? En serio que no puedo hoy, lo siento mucho.

—Está bien, otro día será.

—Bien. Adiós mamá —antes de que pudiera replicar corte la línea.

Mi madre estaba todo el tiempo encima de mí. Me pasaba a visitar casi todos los días, me invitaba a hacer salidas recreativas madre-hija y me llamaba por teléfono a todas horas. Era irritante en cierta medida, pero no podía culparla. En su vida, fue perdiendo a todas las personas cercanas a ella en los últimos años. A sus padre, mi abuelo, hace solo unos cuantos años, y dos años atrás, a causa de la leucemia, a su esposo, es decir mi padre.

Sabía que piensa que después de mi casi muerte por sobredosis estuvo a punto de perderme a mí también, y era por eso que se aferra tanto a la idea de cuidarme y mantenerme cerca, prestándome su extrema atención. Además, también pensaba que se debía sentir muy sola. Su vida fue prácticamente compartida, debido a que conoció a mi padre cuando era muy joven, y no se separó de él desde entonces.

La partida de mi progenitor también me afectó en gran medida. Éramos muy unidos, y me amaba a pesar de todos mis errores. Lo extrañaba muchísimo, aunque esa información nunca se la confié a mi madre, sentía que en ese caso yo debía ser la fuerte de las dos, y no demostrarle cuanto en realidad me perturbó.

—¿Era tu madre? —la voz de Rex interrumpió mis lúgubres pensamientos.

—¿Y a ti qué te importa? —le respondí tal vez demasiado brusca, mientras me sentaba a su lado en el sofá, y le quitaba el mando del televisor de las manos.

—Sólo quiero saber si tu madre sabe que estoy aquí —la pregunta implícita flotó por el aire "¿Aún puedo quedarme?".

—No, no lo sabe —mascullé mientras apartaba mi mirada.

—¿Y piensas decirle?

—Por supuesto que no, no creas que seguirías aquí si se hubiera enterado —ante eso sus labios se apretaron levemente.

La redención de los adictos ©Where stories live. Discover now