Capítulo 14: Sólo un roce

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También desayuné y almorcé sola al otro día, ya que Rex seguía sin salir de la habitación, y yo no pensaba molestarlo por el momento.

En la tarde me dediqué a husmear en el librero del hogar, y brindé un par de horas a leer algunos libros aleatorios.

No podía parar de preguntarme por qué Rex no había salido aún de su cuarto, ¿se habría despertado siquiera? ¿Qué estaría pasando allí dentro? No dejaba de darle vueltas a la cuestión, mientras cambiaba de posición en el sofá, inquieta.

Luego de los sucesos del día anterior, me había encargado personalmente de verificar que no quedará ningún rastro de alcohol de ningún tipo en la casa, o cualquier otra sustancia extraña, y por fortuna no había logrado encontrar nada además de algunos paquetes de cigarrillos que decidí concederle por el momento. ¿Por qué Rex había hecho eso la pasada noche? No parecía una simple borrachera por placer, porque claramente él no se veía contento. No creía que fuera por nuestra anterior pelea, nos habíamos peleado peores veces en el pasado y él nunca tuvo esa reacción a los acontecimientos, debía ser otra cosa...

De lo único que estaba segura era que no iba a permitir que ocurra de nuevo, así tuviera que vigilarlo. De alguna manera lo sentía como una responsabilidad.

Cuando no pude aguantar más mis cavilaciones y pensamientos, decidí ir a comprobar yo misma la situación de mi compañero de cabaña. Subí la escalera de caracol y me paré nerviosa frente a la puerta de Rex.

El primer piso seguía con el ambiente rústico de la planta baja. Un papel tapiz de flores se extendía por las paredes, y una alfombra verde oscuro por el piso. Siempre había amado esas alfombras, de pequeña me encantaba jugar a rodar sin parar por ellas... No, ¡No tenía que distraerme! Estaba ahí por una razón.

Luego de pararme varios minutos frente a su puerta, sintiéndome una completa idiota por cierto, toqué reiteradas veces la misma, sin respuesta. Decidí comprobar si estaba abierta, pero Rex debió de cerrarla por dentro.

—¡Rex! —Llamé— ¡Ábreme, por favor!

Golpeé más fuerte.

—Vamos, sé que estás ahí.

Varios minutos y nada. Comenzaba a desesperarme.

—Rex, patearé y golpearé esta puerta todo el día es necesario...

Entonces, cuando estaba a punto de empezar a emplear la punta de mi zapato, la puerta se abrió.

Un Rex con un muy mal aspecto se presentó ante mí. Traía la misma ropa que ayer, solo que se encontraba descalzo y ya no llevaba camiseta, pero aún traía el pantalón negro y ajustado. Su cabello estaba todo despeinado, es decir, más que de costumbre, y unas notorias y oscuras ojeras se apreciaban visiblemente bajo sus ojos.

—No quiero verte Alma —me dijo con voz ronca, y amagó por volver a cerrar la puerta entre nosotros, pero lo detuve tan pronto como me di cuenta.

—Rex, si es por lo de ayer con el mantel, lo siento, ¿sí? No pensé que fuese para tanto... —traté, desesperada porque me escuchara.

—Alma, eso no tiene importancia.

—¿Entonces qué es? ¿A qué se debió lo de ayer? ¿Es algún tipo de berrinche por tirar tus cervezas? ¿Es eso? —cavilé, casi gritándole, casi.

—¡No es eso! —se enfadó y volvió a meterse en el cuarto, pero antes de que pudiera detenerme me inmiscuí también en él.

El lugar era un desastre. A simple vista era una cuarto con dos camas de niño, una a cada lado de la a habitación. Un papel tapiz de autos y aviones recorría el lugar a su totalidad, además de baúles de juguetes y peluches. Cuando digo que era un desastre es porque se encontraba realmente desordenado, lo baúles de juguetes estaban abiertos en su totalidad y los mismos juguetes se esparcían por el piso, al igual que diversos dibujos y ropa de niño.

La redención de los adictos ©Waar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu