Capítulo 7: Enredos

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A la mañana del día siguiente, desperté sobresaltada por unos fuertes golpes en mi puerta. El respingo que exclamé casi me tira de la cama.

—¡ALMA! —gritó alguien desde fuera.

Me levanté bruscamente y comencé a ponerme mis pantalones de jean, luchando contra la mangas por no caerme al suelo, también pasé por mi cabeza la primera remera que encontré en mi closet.

—¿Qué paso? —pregunté al mismo tiempo que abría de manera abrupta la puerta.

—Quería saber que te gustaría para desayunar —me contestó Rex con una sonrisa sagaz.

Iba a matarlo. Hubiese jurado que en ese momento podría haber estirado mis manos y haberlo estrangulado.

—¿¡Y por eso tenías que despertarme así!? —pregunté fastidiada. No era la mejor persona en las mañanas.

—¿Y cómo querías que lo haga? ¿Susurrándote al oído? Oh espera, no podía porque alguien trabó su puerta —expuso, acusador.

No lograba creerlo, ¿se hacía el ofendido?

—¡Pues claro que iba a trabar mi puerta! No te conozco —dije decidida.

—Auch —inquirió, pero lo ignoré.

Desayunamos pan con mermelada y zumo de naranja. Estaba terminando de poner los platos en la secadora cuando caí en la cuenta, ¡era lunes! Lo había olvidado totalmente.

—Rex... ¿Qué hora es? —pregunté con cautela, casi no queriendo saber.

Rex tomó mi móvil de la mesa con total confianza y miró la hora desde allí.

—Las ocho y media, ¿por? —contestó mirando extrañado mi mueca de desquiciada.

—¡Llego media hora tarde al trabajo! Ay no, ay no, ay no... —Tenía que preparar mis cosas y partir cuanto antes, y simplemente no sabía por dónde empezar. Iba a colapsar.

Volví a mi habitación y comencé a quitarme la ropa apresuradamente, para cambiarla por algo más profesional.

—Wow —dijo Rex, que estaba apoyado contra el marco de la puerta observándome.

Mierda, la puerta. Había olvidado cerrarla.

—Vete —contesté seca, y cerré la puerta en sus narices, ¿es qué tenía que meterse en todo?

Termine decidiéndome por un traje en conjunto que consistía en un pollera entubada gris que me llegaba hasta las rodillas, a juego con un saco y una camisa azul marino.

Salí y me dirigí hacía el baño a maquillarme.

—En mis fantasías siempre aparece una oficinista... —expuso Rex entretanto miraba mi atuendo con aire divertido. Sabía perfectamente que lo hacía para molestarme. Él disfrutaba con ello.

—¡Cállate! —Contesté sonrojada, muy a mi pesar—. Y déjame tranquila, por Dios.

Rex rió, y yo me encontré con sus ojos a través del espejo del baño. Le saqué la lengua, y él me devolvió el gesto, juguetón.

Al salir, tomé mi bolso, mi bufanda y sobretodo, y le dije:

—Bien, tendrás que quedarte solo, así que aclararemos un par de puntos. Nada de fuego, nada de extraños en mi casa y nada de inmiscuirte en mi habitación, ¿Entendido?

—Sí, mamá... —puso en blanco los ojos.

—Bien —declaré satisfecha—. Adiós.

En lasiguiente escena estuve inmersa en la incomodidad, es decir, ¿cómo debía saludar a Rex, con un beso en la mejilla, un abrazo o un simple gesto de la mano? Luego de estar segundos sopesando la cuestión, me decidí por un formal apretón de manos, que nos dimos en un gesto torpe. Entonces, cuando estaba a punto de quitar mi mano, Rex tiro de esta hasta que sin poder evitarlo choqué contra su cuerpo, y cuando estuvimos lo suficientemente cerca, plantó un beso en mi mejilla.

La redención de los adictos ©Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt