Capítulo 1

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Ese era un día hermoso, con el sol brillando a lo alto y nubes pasando a su alrededor adornando el cielo, de esos en los que parece que la tristeza y la tragedia no existen

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Ese era un día hermoso, con el sol brillando a lo alto y nubes pasando a su alrededor adornando el cielo, de esos en los que parece que la tristeza y la tragedia no existen. Días donde el mundo se vuelve más alegre, muestra más energía, vibra de entusiasmo por la vida, y hace de cuenta que nadie sufre. En ese día, en ese mundo, me sentaba en el suelo rodeado de mucho verde compuesto por pasto y algunos árboles. No estaban muy cuidados, apenas lo suficiente, a los árboles ya les pesaban las ramas y el césped tenía lugares donde el paso de la gente lo desgastaba dejando ver la tierra. Los enormes tachos de basura rebasaban con plantas secas que nadie se apuraba en quitar porque las visitas eran pocas como para que se molestaran. No había nada más criticable que eso, bastante bien para ser un cementerio municipal. Miré la tumba a mi derecha a la cual era evidente que nadie visitaba, tenía unas macetas descoloridas con rosas que no soportaron el descuido, que seguían en el mismo lugar que la última vez y todas las veces anteriores. La de la izquierda era una incógnita, no tenía placa, no tenía cruz, no tenía nada, sin nombre, siempre me preguntaba si habría alguien allí. Cuando me sentaba en ese lugar miraba de reojo las tumbas vecinas con pena y luego trataba de ignorarlas, porque eran la imagen del desinterés y el abandono. La que yo visitaba se mantenía impecable, en gran parte por su sencillo diseño que constaba de una placa, con un nombre y fechas, nada más. En su momento, estuve tan alterado por la situación que me negué a cualquier diseño trabajado, adornos, o frases, odié tener que encargar esa placa. En comparación a la mayoría y la moda general de las tumbas esa se veía austera, como si su ocupante no hubiera sido querido, como si su placa se hubiera elegido de mala gana. Lo único cierto era lo último. Porque Matías fue una persona amada, por su familia, sus amigos y por mí.

Siempre que lo visitaba me sentaba frente a su tumba a reflexionar, a recordar, a entender, a lamentarme. No le podía llevar flores como hacían las personas con sus seres queridos, toda su vida trabajó en el vivero de su familia, cuidando y preparando plantas por lo que las flores arrancadas no le agradaban. Así que me sentaba con las manos vacías, a expresar lo que sentía con mi presencia. Ese día era uno de lamentación, ya que se cumplían dos años desde el accidente, al cual se le sumaba la tristeza de que en dos semanas sería su cumpleaños. Matías murió en un accidente de tránsito, un choque fuerte pero no diferente a los que cada tanto se mencionan en los noticieros, un hecho ordinario con resultados nefastos. El conductor que causó el accidente sufrió la misma consecuencia, algo que aún no podía decidir si valía o no como justicia, porque su muerte me quitaba a quien odiar y culpar.

No quería recordar todo eso pero no podía evitarlo. La última vez que hablé con Matías fue esa mañana, de cosas triviales, de una pintura que debíamos comprar para pintar la reja de la casa. Desayunando un poco a las apuradas con una despedida rápida compuesta por un pequeño beso en mi mejilla. Apenas lo miré cuando salió. Y me volvía loco recordar esa mañana, tan corriente e insignificante, me llenaba de una gran amargura, con ganas de llorar hasta desaparecer. Sentí que los ojos me ardían. "No es justo" repetía en mi cabeza. Habían sido nueve años juntos, seguros, confiados, de que eso nunca cambiaría.

Oculto en SaturnoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora