Capítulo 23

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El segundo día comenzó con un paseo en barco por la costa

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El segundo día comenzó con un paseo en barco por la costa. La playa era un poco limitada con respecto a la actividad así que nos dejamos convencer en la ciudad por un agente de turismo que captaba potenciales clientes que recorrían el lugar. Al día siguiente sumaríamos un city tour a nuestra visita. También me tentaba la posibilidad de ir al teatro, algo que no teníamos en nuestra ciudad. Pero ese sábado el barco mantenía toda nuestra atención. La vista era bien pensada, de un lado del navío se apreciaba el mar infinito y del otro lado la ciudad con la playa, casi a modo de postal. Éramos un grupo pequeño de personas, la mayoría muy ocupadas en sacar fotos y filmar con su celular. Francisco los imitó sacando algunas fotos para tener de recuerdo y en un momento se volteó hacia mí para sacar una.

—Sales muy bien en las fotos —coqueteó.

Se puso a mi lado para enseñarme la fotografía, también otra que nunca noté que me tomó.

—¿Me sacas fotos a escondidas?

Se mostró orgulloso por su travesura.

—No me pude resistir.

Sonreí, más de lo normal, sintiéndome un poco tonto, un poco inquieto, un poco emocionado. Nuestras miradas se encontraron y sostuvieron por un rato, la gente que nos rodeaba se volvió molesta y tal vez Francisco pensó lo mismo porque desvió sus ojos con pena hacia las personas que nos ignoraban pero aún así nos invadían.

Después del almuerzo hicimos la caminata hasta el faro, una idea tan entretenida como cuestionable. El paseo terminó siendo una odisea que nos dejó sin aliento; salimos con energía y regresamos arrastrando nuestras almas. Caminar en la arena no era fácil y algo tan extenso requería un esfuerzo comparable con subir al mirador. El paisaje pintoresco nos distrajo lo suficiente para no percatarnos de la distancia. Solo cuando llegamos cansados al faro nos dimos cuenta que deberíamos recorrer el mismo trecho pero ya sin energía. Cerca del final del trayecto nos dábamos ánimos mutuamente para no detenernos y poder llegar al hotel. El agotamiento exigía algo más cómodo que descansar en la playa por lo que fuimos a nuestra habitación, además, Francisco acusaba dolor en las piernas y pies. Pero una aventura absurda era una aventura absurda y el dolor no nos quitaba las ganas de reír de nuestra ingenuidad en creer que sería una simple caminata. Nos recostamos en la cama donde, con la tranquilidad y silencio de la habitación, el cansancio se transformó en sueño. Sin darme cuenta, mi mano buscó la de Francisco, el contacto parecía necesario, y él entrelazó sus dedos con los míos.

—No puedo creer que camináramos tanto —murmuró antes de dormirse.

Ya atardecía cuando me despertó el ida y venida de Francisco por la habitación preparándose para el jacuzzi.

—Despertaste a tiempo. Si te duelen las piernas como a mí, te invito al agua caliente.

Se sacó la ropa y se fue al baño. Las piernas no me molestaban, yo estaba más acostumbrado, pero lo seguí guiado por las ganas de estar en el mismo espacio que él. Miré desde la puerta, el vapor que salía del agua no era muy tentador pero Francisco se recostaba relajándose de alguna forma. Deseché la idea de quitarme la ropa y me senté en el borde mirándolo.

Oculto en SaturnoWhere stories live. Discover now