Capítulo 2

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Tuve que ponerme a organizar todo lo más rápido posible

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Tuve que ponerme a organizar todo lo más rápido posible. El trabajo no me distrajo como Vicente esperaba, solo empeoró mi humor. Al reunirme con el personal de la cafetería para preparar las cosas que necesitaríamos, ellos me miraron con gravedad, un reflejo de mi propio estado. Me llevó tiempo darme cuenta que les generaba cierto miedo a causa de mi actitud poco sociable, palabras secas y un trato muchas veces cortante. A mis espaldas rumoreaban cosas y conjeturaban otras. Aunque estaban al tanto de varios aspectos de mi vida, la teoría más popular entre ellos era que yo sufría descontento sobre mi puesto de trabajo. En esa reunión, algunos ojos se desviaron hacia algo detrás de mí, a otra cosa a lo que le acreditaban mi malestar general. Una vez que comuniqué lo que sucedería el sábado, desaparecieron con innecesaria rapidez, al darme vuelta me encontré con Benjamín. Estaba apoyado contra la pared, con brazos cruzados y mirada acusadora, con una fuerte intención de demostrar que también había escuchado con atención. Él estaba a cargo de la biblioteca y no me quería, a sus ojos, yo había arruinado todas sus posibilidades laborales.

—Como escuchaste, el sábado tenemos que estar todos —indiqué sin mayor cuidado.

—No sé si voy a poder —respondió con desdén.

Y se fue.

Así era siempre, nuestros intercambios parecían la antesala de una pelea que no ocurría gracias a mi voluntad. Benjamín empezó a trabajar en la biblioteca con una pasantía para quedar en un puesto eterno, siempre esperando que algo sucediera con su jefe y poder ocupar su lugar. Pero la jubilación de éste permitió la creación del centro cultural y yo llegué con ese cambio, más joven, con un mayor cargo y con un amigo concejal; la combinación perfecta para el odio. Ignorarlo era todo lo que podía hacer.

Se me ocurrió que si me decidía renunciar, antes debía sacarlo a él.

A pesar de todo lo que se debía organizar, me fui en horario. Harto y agotado. Como las actividades y cursos sucedían por las tarde-noche, yo seguía la misma regla. A veces entraba a trabajar por la mañana si era necesario, pero normalmente entraba después del mediodía. Tiempo atrás Matías solía hacerme compañía después de salir de su trabajo, merendábamos en mi oficina y él informaba a los curiosos que se acercaban sobre los cursos. Luego volvíamos a casa caminando, un recorrido que me tocaba hacer solo después de su muerte. La ciudad era pequeña y concentrada, se llegaba a todos lados caminando si uno tenía ganas de hacer ese ejercicio. Nuestra casa quedaba en la parte donde la ciudad dejaba de verse como tal y comenzaba a haber más espacio entre los vecinos, muchos más árboles y más silencio, con casas viejas y antiguas. La nuestra era de ese estilo, en la que tuvimos que trabajar incansablemente para arreglarla porque antes de nuestra llegada estuvo abandonada por años. La primera vez que fuimos a verla tenía un fuerte olor a humedad que nos hizo desconfiar y en una parte del techo estaba rota, el padre de Matías lo inspeccionó y nos convenció de que tenía arreglo. Pero tanto trabajo hacía que fuera más difícil soportarla, cada rincón contenía recuerdos y cada recuerdo pesaba. La rodeé y entré por la puerta trasera, una costumbre que se me había dado en el último tiempo. Entraba por la cocina, la cual tenía una puerta que daba a un minúsculo pasillo donde se conectaba con el cuarto y el baño, de esa manera evitaba transitar por el resto de la casa. El comedor se convirtió en una combinación de sala-comedor que no usaba, y lo que fue la sala se parecía cada vez más a un depósito, el lugar a donde terminaban las cosas que no quería ver pero tampoco podía tirar. Y mientras la casa esperaba que yo tomara una resolución en cuanto a mi condición de habitante, una persona venía a limpiar una vez por semana, porque ese trabajo me angustiaba.

Oculto en SaturnoWhere stories live. Discover now