Capítulo 30

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Después de un par de días fui a la casa de Vicente

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Después de un par de días fui a la casa de Vicente. Deduje que sería más fácil encontrarlo de noche por lo que me presenté frente a su casa pasadas las diez. Una casa de dos plantas donde él ocupaba la parte de arriba desde la separación. La división quedó completa en poco tiempo y cada detalle fue cuidado, para él era importante no mostrar ningún tipo de precariedad, tenía su propia entrada y se accedía por una amplia escalera rodeada de plantas. No lucía mal, hasta daba la apariencia de que la construcción siempre fue de esa forma. Toqué su timbre pero la puerta que se abrió fue la de abajo por donde salieron corriendo sus hijas. Entre risas, gritaron algo indescifrable antes de separarse; una subió por la escalera y la otra llegó a la reja.

—¿Estás de visita? —preguntó Agustina mientras intentaba abrir el portón que no cedía, estaba con llave.

Su hermana golpeaba la puerta del piso superior para anunciar mi llegada. Vicente apareció confundido por el escándalo y se sorprendió al verme. Su hija no le dio tiempo a reaccionar, lo apuró para que bajara con prisa como si fuera urgente recibirme.

—No tienes permiso para abrir la reja —reprendió a Agustina por su intento, volteó hacia la casa—. ¿Cómo salieron? —cuestionó al verlas solas.

—No hicimos nada malo —defendió Valentina.

Mucho no le creyó.

—Hay que tener todo bajo llave con estas salvajes —dijo mientras abría la reja.

Ellas simplemente se rieron ante la acusación. Agustina tomó mi mano para guiarme.

—Llegaste tarde para la cena.

—Ya cené.

—¿Y a qué viniste?

—A visitar a tu papá.

Al llegar a la escalera Vicente las detuvo.

—Ustedes vuelven adentro.

Con quejidos fueron acompañadas por su padre, quien se demoró buscando a Rebeca para ponerla al tanto de la inquietud de las niñas. El diálogo sonaba tan normal que era imposible sospechar de los cambios que su relación sufrió con el tiempo.

La casa de Vicente relucía después de la remodelación, había hecho un único ambiente para la cocina, comedor y sala, y ganar con eso espacio. Se veía amplio, iluminado, cómodo. La mesa estaba haciendo de escritorio con una notebook, cuadernos y papeles, señal del trabajo que no se terminaba nunca. Al entrar me quedé junto a su puerta y él se apoyó en la mesada esperando mi queja.

—Lo que hiciste fue innecesario —resumí.

Mi idea no era pelear con él ni estar en malos términos a pesar de seguir enojado por lo que hizo. No tenía sentido. Podíamos discutir, gritarnos, sacarnos quicio, pero luego dejábamos atrás el momento y seguíamos. Y yo quería eso, dejar lo que pasó atrás y seguir.

Oculto en SaturnoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora