Capítulo 14

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A media mañana el sol brillaba con intensidad pero con un avanzado invierno no servía para aliviar el frío

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A media mañana el sol brillaba con intensidad pero con un avanzado invierno no servía para aliviar el frío. El viento se ocupaba muy bien de hacer que estar al aire libre fuera incómodo. A pesar del clima me senté en el pasto helado frente a la tumba de Matías. La miré con seriedad preguntándome qué pensaría él de mí. El tiempo seguía pasando y no dejaba de ver a Francisco. Ya llevaba cuatro meses visitándolo, cada vez más seguido, cada vez menos espantado de mí mismo. Miré la tumba abandonada de la derecha. Creí que hacer arreglar el patio ayudaría a mi conciencia pero no sucedió. Se veía cuidado, armonioso incluso para ser invierno, pero era una ilusión. Debajo del trabajo del jardinero estaba toda la dedicación de Matías que se había perdido, sin darme cuenta mandé a hacer una tumba de plantas para las suyas.

Disculparme no tenía sentido, ya lo había hecho incontables veces por todo.

***

Apenas entré al centro cultural, una de las chicas de la cafetería se acercó a preguntarme si tomaría café.

—Sí, gracias.

Ningún incidente se produjo en todo ese tiempo, la única noticia que dio para hablar fue el nuevo asistente de la biblioteca. Su llegada hizo sospechar a todo el mundo lo que Vicente tanto quería que sospecharan: lo pusieron para contener a Benjamín y que no me ocasionara problemas. Eso reforzaba la idea de la amistad que me protegía pero nada podía al respecto. El asistente cumplía con la tarea de aprender el trabajo, la trampa funcionaba tan bien que Benjamín optaba por delegarle casi todas las responsabilidades para poder sentirse jefe. No era justo para el asistente pero, si lo soportaba, en poco tiempo heredaría el sueldo de su superior.

En cuanto me acomodé en mi escritorio entró la chica de la cafetería, además del café trajo una porción de pastel. Lo miré con sospecha, no era una casualidad.

—¡Feliz cumpleaños! —me dijo con una sonrisa vergonzosa.

—Gracias.

Y más me valía no mezquinarles un gracias porque me seguían soportando a pesar de todo. Mariana, que me pasaba los pequeños partes sobre lo que la gente hablaba, cada tanto me decía que no me odiaban porque nunca los molestaba, porque nunca salía de mi oficina y porque no se tenían que cuidar de mí. Lo que también hablaba de mi ausencia como encargado. Con un orgullo que no sabía que tenía, herido procesaba las palabras de Benjamín como las cosas que debía resolver, pero me costaba tomar el control. Parecía haber olvidado cómo hacer las cosas que hacía antes.

Vicente también hizo acto de presencia por la tarde y puso un sobre frente a mí.

—¿Me vas a regalar dinero como a un niño?

—Ábrelo.

Saqué un papel con el logo de una agencia de turismo y mucho texto.

—Ese era mi viaje de aniversario. Te lo transferí y puedes elegir la fecha que quieras.

Oculto en SaturnoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora