Epílogo

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La brisa en el mirador se sentía cada vez más fría a medida que bajaba el sol haciendo que el alcohol fuera menos tentador y los tres miráramos con cariño al único puesto que vendía café

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La brisa en el mirador se sentía cada vez más fría a medida que bajaba el sol haciendo que el alcohol fuera menos tentador y los tres miráramos con cariño al único puesto que vendía café. No era el mejor café del mundo pero ahí arriba, lejos del acceso a bebidas calientes, era la mejor opción. Con el otoño los paseos de los visitantes terminaban antes de caer la noche y cuando el vendedor puso cara de que era hora de cerrar su puesto corrí a pedirle tres cafés. A pesar de la dudosa calidad y sabor, lo tomamos sin quejas para aliviar el fresco. De a poco la oscuridad nos rodeó y los vendedores se fueron dejándonos solos.

—La próxima vez tenemos que traer whisky para el café. —Se me ocurrió ante el frío que iría en aumento.

Lautaro miró la hora con pena.

—Me tengo que ir.

Vicente consultó su celular.

—Todavía no son las siete —reclamó.

—Igual me tengo que ir.

Me paré del banco que acaparamos en nuestra reunión de ese sábado.

—Si se tiene que ir, se tiene que ir. Vamos.

Regresamos al auto para llevar a Lautaro a su casa, con su familia. Dentro del vehículo se recostó en los asientos traseros.

—Si quieres vacaciones deberías dejarle tu hija a Eze —aconsejó Vicente burlándose.

—A mí no me molestaría —me apuré en aclarar aunque fuera una broma.

—Quiero vacaciones de mi cabeza.

Con su hija un poco más crecida, su esposa se dejó convencer por la propuesta de trabajar en el vivero con sus suegros y todos los días iba allí llevando a Andrea. A Lautaro lo estresaba la participación de sus padres en su vida. Mi idea de pasar la tarde en el mirador buscaba relajarlo pero iba a necesitar muchas más salidas para lograr distraerlo.

El auto se detuvo frente a su casa donde todo seguía tan verde como siempre, sus plantas, su reja y sus paredes. Cada vez que la veía sonreía involuntariamente.

—¿Vas a venir al cumpleaños de Andrea?

Lautaro estiró su cabeza por entre los asientos para hacerle la consulta a Vicente.

—Sí, sí.

Al recibir la respuesta se bajó del auto y se despidió desde la vereda.

—¿Qué se le regala a un bebé que cumple un año? —Vicente tiró la pregunta a la nada antes de arrancar.

—Juguetes.

—Ni siquiera lo va a recordar —murmuró.

Su réplica me hizo reír.

—Para eso están las fotos.

Asintió tomándolo como un punto válido.

Andrea cumpliría un año y descubrí lo increíble de medir el tiempo con el crecimiento de una criatura. Las hijas de Vicente siempre parecían crecer muy rápido pero con ellas me quedaba la sensación de que era a causa de no verlas tan seguido, con Andrea se volvía notable como corría el tiempo. No sucedía solo con el presente, también sucedía cuando miraba el futuro; en cuánto tiempo estaría caminando, yendo al preescolar, comenzando el colegio, esos años se sentían cercanos. Ella me recordaba que si me distraía podía perder momentos irrecuperables con las personas que me rodeaban.

Oculto en SaturnoWhere stories live. Discover now