Capítulo 28

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No pude estar mucho tiempo parado, me sentía cansado y con algunas náuseas

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No pude estar mucho tiempo parado, me sentía cansado y con algunas náuseas. En la esquina había una parada de autobús y allí me senté a esperar. Un lugar poco iluminado, compuesto por un cartel y un banco de concreto, nuestro transporte público era de frecuencia baja y de noche no funcionaba, por lo que las comodidades y las luces no eran necesarias. Mordí mis labios repasando lo que sucedió esa tarde, odié todas mis acciones y palabras pero no por ellos, por mí. Odié mis emociones, odié mis pensamientos, odié mis intenciones de herir, odié ser alguien que deseaba la muerte de otra persona.

Mi espera se sintió eterna, observé la entrada con la esperanza de que saliera temprano y cada persona que emergía del edificio se convertía en una pequeña desilusión. Hasta que el auto que buscaba a la recepcionista de los consultorios llegó y, unos minutos después, ella salió a la calle para subirse en él. Luego apareció Francisco en el umbral, haciendo que el aire se sintiera menos pesado y más fácil de respirar. Caminó en mi dirección sin percatarse de mi presencia hasta estar a unos pasos, ni siquiera necesité hacer una señal, siempre estaba atento a todo. Le causó gracia verme sentado en la parada en lugar de estar medio escondido a un costado de la entrada, por lo que se acercó con ánimo burlón. Lucía encantador, prolijo en cada detalle de pies a cabeza, lleno de energía, alegre por el inesperado encuentro, dedicándome un gesto de complicidad que celebraba la intimidad que compartíamos. A pesar de mi angustia, mi admiración hacia él se hizo presente y quedé cautivado por su imagen. Pero notó que algo no estaba bien y su expresión cambió a una de preocupación. Se sentó a mi lado y apoyó su mano en la mía, sus ojos me examinaron con detenimiento, un escudriño que me consolaba.

—Estás afligido —señaló con amabilidad.

Quise sonreír, cualquier otra persona habría preguntado qué me pasaba pero él se ocupaba de no hacerme sentir obligado a contarle lo que sucedía mientras que su mano apretaba la mía con fuerza en una especie de ruego.

—Vi a mis padres.

Dio un pequeño suspiro de comprensión. Me aliviaba que conociera mi historia con ellos y no tener que repetirla en ese momento. Tomó mi rostro y acarició mis pómulos con sus pulgares.

—Estás un poco pálido.

—No me siento muy bien —admití, tomé un poco de aire—. Dije cosas muy feas.

Tal vez si Francisco perdonaba la persona horrible en la que me convertí ese día, yo podría sentirme mejor. Me dedicó una pequeña y triste sonrisa llena de simpatía antes de tomar mi brazo y obligarme a dejar el asiento con él.

Guio la caminata hasta su casa sin soltarme en ningún momento. Su seguridad y dominio me reconfortaban, me protegían de la realidad, me daban un refugio. El camino a su departamento se sentía como el camino a otro mundo que me daba la oportunidad de dejar atrás todo lo malo. Aunque sabía que ese otro mundo no estaba dentro de un edificio, ese otro mundo estaba donde estaba Francisco.

Oculto en SaturnoWhere stories live. Discover now