Capítulo 18

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Me senté a esperar a Francisco en el sillón y terminé recostado luego de un rato

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Me senté a esperar a Francisco en el sillón y terminé recostado luego de un rato. Allí el silencio no me perturbaba, ningún objeto me recordaba nada y la oscuridad no era pesada. Se me ocurrió que ese departamento armado con la precisión de un catálogo cumplía con esa finalidad de no recordar ninguna vida pasada. Seguía sin saber mucho de Francisco, de sus amantes fallidos ni de sus amores. Observé todo el ambiente a mi alrededor. Ese lugar no tenía ningún objeto que delatara el paso de otra persona en su vida, evidentemente era a propósito.

La puerta se abrió y me senté, la sonrisa de Francisco fue automática al verme. Después del proceso de dejar su mochila, quitarse su abrigo junto con el gorro y demás prendas para contrarrestar el frío, se acercó a mí.

—Tengo que darte las gracias por cuidarme el otro día. —Sus manos peinaron mi cabello con suavidad—. Pero necesito comer algo primero. ¿Quieres cenar? —preguntó alejándose.

—No, ya comí.

Lo acompañé hasta la cocina y me quedé en la puerta observando cómo separaba ingredientes para preparase un sándwich.

—Se me acumularon citas de la semana pasada —explicó—. No me detuve a comer nada.

Me producía cierto encanto verlo preparar su sándwich. El cuidado con el que separaba las rodajas de pan, cortaba el tomate, trozaba lechuga, colocaba queso y untaba mayonesa, era algo que mi impaciencia nunca me dejaría reproducir. Se me hacía increíble que ese acto tan corriente pudiera transmitirme tranquilidad. Puso una cápsula de café en esa cafetera que comenzaba a simpatizarme.

—¿Quieres café?

Estiró los brazos mientras ahogaba un suspiro, debía llevar un par de días con ese ritmo.

—Sí.

Acepté para acompañarlo de algún modo en su modesta comida. Me apoyé en la mesada donde tenía planeado cenar, parecía inevitable querer estar cerca de él, que enseguida hizo lo propio para que la distancia entre nosotros fuera menor.

—Tuviste un cambio de estilo.

Al final no dejó pasar desapercibida mi ropa. Me entregó el café y aprovechó para pasar sus dedos sobre mi pecho, como si le llamara la atención la prenda, pero su mano se demoró allí lo suficiente para convertir el contacto en una insinuación.

—Mi trabajo lo exige —justifiqué algo incómodo.

Francisco le daba mucha importancia a su ropa y el cambio de la mía era reconocer abiertamente la dejadez total a la que me prestaba. Puso cara de inocente mientras comía, fingiendo pensar.

—Mi estilo favorito es cuando no tienes ropa.

Sentí un fuerte cosquilleo. Cuando casi nada lograba sacarme una risa unas pocas palabras de él obraron, de repente, como arte de magia y no me pude contener.

Oculto en SaturnoWhere stories live. Discover now