Capítulo 3

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Cabizbajo volví al trabajo el lunes, me quedé encerrado en la oficina procurando avanzar con la convocatoria para dar uso al piano

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Cabizbajo volví al trabajo el lunes, me quedé encerrado en la oficina procurando avanzar con la convocatoria para dar uso al piano. Todo tema público debía pasar por el community manager del municipio, por medio de correos y llamadas interminables, si se quería anunciar como corresponde. No podía ser sencillo, todo debía involucrarme más de lo que quería. A mitad de la tarde golpearon mi puerta, era personal de limpieza. Mariana se encargaba de ese trabajo, la misma que se encargaba de mi casa una vez por semana, y también se encargaba de mantenerme al tanto de las cosas que se hacían a mis espaldas. Era una mujer mayor, a quien le faltaba un par de años para jubilarse, y llevaba más tiempo en ese lugar que yo. Después de un pequeño saludo, comenzó a vaciar el tacho de basura con la tranquilidad de alguien que no tenía nada para decir.

—¿No hay nada qué comentar? —pregunté.

—¿Por lo que sucedió el sábado? —respondió sin prestarme atención.

Significaba que la habían puesto al tanto.

—Uno que yo sé —continuó con tono irónico, refiriéndose sin dudas a Benjamín— está con una sonrisa de oreja a oreja.

Pero no era él quien me preocupaba.

—Los chicos —habló finalmente de los empleados de la cafetería— creen que Vicente hizo o dijo algo malo. Nadie confía en la gente metida en la política.

Eso me quitaba el peso de que pudieran creer que iba a empezar a gritarle a cualquiera. Mariana siguió limpiando sin tener nada que agregar. No había mucho en mi oficina; mi escritorio, un mueble con carpetas y una pared llena de fotos de distintos eventos para entretener a las visitas. Era rápido de asear.

No tenía planes de disculparme con Vicente, sentía que había pasado un límite que no tenía derecho de cruzar. Pero lo que más me molestaba era que no podía sacarme sus palabras de mi cabeza. Al preguntarme si así sería mi vida parecía estar acusándome de caprichoso, minimizando mi relación con Matías. Y me daba miedo la idea de que cada vez que yo me hacía esa pregunta pudiera estar haciendo lo mismo.

El insomnio continuó y agotado seguía yendo a trabajar. El piano y su libre disposición despertó mucho interés, y fue una tortura armar un cronograma. Como tampoco podía dejar que cualquier loco o gracioso lo ocupara, los solicitantes debían enviar videos para demostrar su capacidad y quedaba en mí la responsabilidad de revisarlos, no tenía a quien delegarlo. Con una intensa necesidad de liberarme de la tarea, terminé un cronograma para dos semanas, con varios huecos pero no importaban. El cronograma se publicó y con eso había cumplido en justificar la donación que también tuvo su anuncio en las redes. Las personas en internet eran impacientes y crueles, rápidos en poner en duda cualquier cosa que no los beneficiara directamente. Una donación, como la del piano, podía ser criticable mientras se mostrara inservible para la comunidad. Y si algo tenía en claro era que se debían evitar las quejas, una de las grandes prioridades del municipio.

Oculto en SaturnoWhere stories live. Discover now