Capítulo 8

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El fracaso que significó tomar conciencia del estado del jardín me dejó con un odio hacía mí mismo que me llevó ese lunes a pararme cerca de la entrada del trabajo de Francisco a esperar cabizbajo

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El fracaso que significó tomar conciencia del estado del jardín me dejó con un odio hacía mí mismo que me llevó ese lunes a pararme cerca de la entrada del trabajo de Francisco a esperar cabizbajo. Era difícil de explicar la sensación de querer estar allí y no querer estar allí.

Francisco se acercó tranquilo.

—¡¿Con ganas de arrancar la semana?!

—Tienes demasiada energía —critiqué empezando a caminar.

Me siguió a la par.

—Tendremos que sacarle provecho —bromeó.

Mi mal humor era notable pero no se dejaba afectar. Él siempre estaba animado, con una sonrisa acompañándolo, como si la vida fuera hermosa, fácil y perfecta. Yo había perdido ese sentimiento dos años atrás y me daba mucha envidia que él lo tuviera.

—Esto es como una recompensa después de un largo día de trabajo —comentó de forma despreocupada.

—¿Cómo salir a beber? —pregunté siguiéndole la corriente.

—Algo así.

Francisco tenía todo resuelto y claro en su cabeza, no había planteos complicados con él. Podía categorizar el sexo de esa manera, sin darle mayor significado, sin que representara motivo de arrepentimiento.

—No lo había visto de esa manera.

De a poco me acostumbraba más y más a ese estéril departamento, aprendiendo a apreciar que se sintiera tan impersonal como un hotel. No había fotos, recuerdos u objetos viejos que delataran un apego. Nada que hablara de su vida, pasada o presente, o dejara entrever detalles que permitieran conocer alguna intimidad de quién vivía en ese lugar. A veces me causaba intriga saber si era intencional o no, pero nunca hacía preguntas al respecto. Cuando estaba dentro de ese departamento solo me concentraba en la razón por la que regresaba una y otra vez.

Al entrar, sin necesidad de intercambiar palabras, lo detuve junto a la puerta y mi mal humor quedó completamente olvidado. Francisco sonreía mordiéndose los labios, esa capacidad que tenía de mostrarse entusiasmado por sobre mi actitud, cualquiera fuera ésta, me afectaba. Le quité los anteojos con cuidado y me acerqué a su oreja para besarlo debajo de ella. Sus manos acariciaron mi cintura y espalda de forma repetida.

—Hueles muy bien —susurré.

Los halagos no eran mi especialidad y, con él en particular, me cohibía con facilidad.

Desabroché los primeros botones de su camisa para poder acceder a la base de su cuello.

—Deberíamos ir al sillón —recomendó soltando un suspiro.

Se apoyó en mí para equilibrarse mientras se quitaba los zapatos, luego se apartó y siguió desabrochando la camisa por su cuenta a la vez que se dirigía al sillón. El deseo del contacto físico hizo que lo siguiera de cerca, ansioso por sentir su cuerpo presionado contra el mío. Y cuando se sentó, lo empujé suavemente poniéndome sobre él para seguir con lo que había comenzado un momento atrás.

Oculto en SaturnoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora