Capítulo 13

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A pesar de mi descubrimiento no hice ni dije nada que diera a entender que me daba cuenta de sus intenciones

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A pesar de mi descubrimiento no hice ni dije nada que diera a entender que me daba cuenta de sus intenciones. Vivíamos en una ciudad chica y eso me llevaba a pensar que Francisco no tenía tanta oportunidad de conseguir alguien con quien acostarse sin compromisos. Sus comentarios, cuando dijo que las personas olvidaban las condiciones, me hacían creer que, después de pasar por varias situaciones de prueba y error, buscaba asegurarme. Algo que sonaba extraño junto a la idea del no compromiso, pero que de alguna forma podía entenderlo. Mi sospecha de que sufría de un amor no correspondido se reforzaba. También pensé en la posibilidad de que solo fuera una de esas personas que les gustaban estar solas pero esa idea no me convencía mucho. Si así fuera, no se tomaría el trabajo de ser complaciente. Él era solitario pero había algo detrás de eso a lo que no podía ponerle nombre. Se me complicaba darle forma a esa sensación abstracta que me transmitía.

Un ermitaño de ropa cara.

***

Vicente llegó un día, a media semana, después del mediodía. Acomodó sus cosas en mi oficina y anunció que charlaría con la mesera víctima de mi arranque de enojo. Pero su plan, cualquiera fuera, no se limitaba a esa reunión. También habló con el resto, uno por uno, ambos turnos, dándoles la oportunidad para hacer cualquier descargo o sugerencia. Con eso se aseguraba que cualquier queja no pasara de él y, por lo tanto, no llegara a ningún lado.

Luego de un par de horas invertidas en sosegar a los empleados de la cafetería, usó mi escritorio como puesto de trabajo en lugar de irse. Ocupaba una mano con su celular y la otra con su notebook, como si estuviera apurado en sacarse pendientes de encima. Para mi sorpresa, el plan de Vicente continuaba e incluía a los profesores del centro cultural. No eran todos, porque no coincidían con los días, pero se tomó el tiempo con los que estaban como si fuera época de campaña. Si alguna persona que cursaba se acercaba a él, se detenía mostrándose amistoso y receptivo. Contentar a la gente era su trabajo.

Su esmerado recorrido terminó tarde y un rato antes del cierre del centro cultural, dándome mucho más en qué pensar. Se sentó frente a mí sin mostrarse agotado o molesto, si recibió quejas no me lo dijo.

—No tienes que preocuparte por nada. —Lo miré en silencio—. Benjamín puede hacer la propuesta que quiera a quien quiera pero la próxima vez que pidan un recorte él se va —habló animado queriendo transmitirme seguridad—. Voy a darle el asistente que siempre pidió, así entrena a su reemplazo. Yo voy a comunicarle la novedad de su asistente para que crea que quiero complacerlo para que no se queje.

Me recosté en mi silla y me puse a jugar con una lapicera.

—Vas a tener que esperar a que lo echemos si quieres romperle la cara —avisó haciéndose el gracioso.

Pero ya no tenía ganas de hacer eso.

—¿No vas a decir nada? —presionó.

Ya era de noche y de fondo sonaba el piano en la cafetería.

Oculto en SaturnoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora