Harper Edwards nunca había imaginado que acabaría enamorándose de James Howard, pero las vacaciones de verano han sido muy largas y les ha permitido conocerse mejor. El problema es que ninguno de los dos se ha atrevido a admitir lo que siente el uno...
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Llevamos dos horas metidas en la lavandería y el local está vacío, a excepción de nosotras, y en completo silencio. Desde que hemos llegado a Lía le ha cundido bastante la tarea de lavar su ropa.
Tomo impulso y me siento sobre una lavadora. Fijo mi mirada en Lía y me percato de que está tan concentrada guardando la ropa limpia en la bolsa que no se ha dado cuenta de que el último lavado ya ha terminado. Me bajo de la lavadora y abro la puerta, le ayudo a doblar lo que le queda y nos marchamos.
La lavandería no está muy lejos de mi apartamento, así que no tardamos mucho en llegar andando. Nos detenemos en mi portal y Lía saca del bolsillo de su mochila el mismo paquete de cigarrillos de esta mañana. No sé cuántos se fumará al día, pero hoy ya se ha fumado dos en mi presencia.
—¿Qué te parece Boston?
—Llevo cuatro días aquí, pero los lugares que he visto hasta ahora me han encantado. Es una ciudad preciosa.
En este barrio hay muy poca iluminación, la calle prácticamente está a oscuras y hay muy pocas farolas encendidas. Tanta oscuridad no me crea nada de confianza.
—Un día tengo que invitarte a cenar al restaurante de mis padres, te va a encantar. Además, allí trabaja mi hermano y creo que es perfecto para ti.
No puedo evitar sonrojarme ante su ofrecimiento. No al de invitarme al restaurante de sus padres, sino al de presentarme a su hermano.
—Claro —le digo.
No estoy abierta a conocer a otros chicos, porque mi corazón todavía pertenece a otra persona, pero no voy a perder la oportunidad de conocer a gente nueva.
Esta mañana no me había fijado bien en ella, pero ahora puedo ver con claridad que Lía tiene rasgos asiáticos: Su piel es clara y su cabello completamente liso. Lo lleva tintado de azul, pero puedo percibir sutilmente la raíz negra de su pelo natural. Sus ojos son pequeños y de color azul. Es un poco más baja que yo, pero tiene algo que yo no tengo, unas curvas de escándalo.
Su teléfono empieza a sonar rompiendo el silencio de la noche. Me sobresalto por la sorpresa y aparto la mirada para que no se dé cuenta de que la estaba mirando. Lía saca el teléfono del bolsillo trasero de su pantalón y responde rápidamente.
—¡Darren! Justo estábamos hablando de ti. ¿Qué, una fiesta? ¿Cuándo? —Dirige su mirada hacia mí y sonríe—. El viernes, vale. Iremos.
Da por finalizada la llamada y vuelve a guardar su teléfono en el mismo sitio. La conversación más corta que he visto en mi vida, sin duda.
—¿Te apuntas el viernes a una fiesta? La va a organizar mi hermano en nuestra casa, aprovechando que nuestros padres se quedan hasta tarde en el restaurante. Habrá mucho alcohol, chicos...
—Con lo del alcohol ya me habías convencido —la interrumpo.
Lía salta emocionada y se abalanza sobre mí. Me aparto rápidamente cuando siento el cigarrillo sobre mi piel.
