Capítulo 7: Torbellino

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Mi mente suele viajar sola, dejándome atrás

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Mi mente suele viajar sola, dejándome atrás.

¿Suena raro, verdad? Pero es cierto, puedo asegurarlo sin un dejo de duda.

Todo comenzó luego de la muerte de papá. Se siente como si tuviera una especie de interruptor, con un clic paso de saber donde estoy, o qué estoy haciendo, a perder total noción de lo que ocurre a mi alrededor.

Lo más aterrador es que cuando el torbellino se apodera de mi mente, (así le llamo a esto que me sucede), mi cuerpo se queda detrás: continúa a cargo de todos mis movimientos involuntarios, esos que preciso para seguir viva: como respirar o parpadear.

Es muy parecido a estar dormida, pero despierta...

Clic. Estoy en el aquí y ahora, pero duele, y mucho. Sabe a lágrimas contenidas y a impotencia.

Clic. Nada importa o lastima... No hay monstruos riéndose en mi cara  llamándome gorda o rara.

El problema yace en despertarme en momentos que no quiero estar viviendo, como este por ejemplo...

La profesora me está pidiendo que lea un poema que conozco como la palma de mi mano. Un poema que me arrastra al peor momento de mi vida: a un lugar donde mi padre está muerto, y yo me vuelvo tan loca, que mi mente desquiciada lo escucha claro como la luz del sol; sus ecos son lo único que me mantiene "cuerda". Que ironía, ¿no? Mi locura me mantiene cuerda...

Hace nada más un rato me sucedió.

Clic. Estaba caminando por los condenados corredores, tratando de encontrar el salón de mi próxima clase, pero solo me topaba con miradas hostiles y risitas solapadas.

Clic. Ya no las escuche más. El silencio sonó demasiado bien.

Clic. He vuelto. Estoy parada delante de la clase (ni idea de cómo la encontré) y no sé que acabo de decir...

Pero entonces, mi corazón se acelera porque lo veo sentado delante de mí. No puede ser... pero es él. El chico que no río ese día en el lago Elsie.

Él, con su pelo enrulado azabache, y sus ojos cielo.

Él, con sus dedos largos y delicados, que dibujan trazos que me muero por ver.

Él, que también me hizo enojar porque no detuvo a sus amigos cuando se burlaron de mí.

—Excelente. ¿Podrías comenzar con la lectura, entonces? Página treinta y cuatro. Lee las primeras líneas, y yo te diré cuándo detenerte, ¿si? —me dice la profesora.

La miro como si estuviera bromeando... Pasan unos minutos realmente incómodos, y no me queda otra alternativa más que empezar a recitar.

¿Por qué tenía que ser un poema de Sylvia Plath? ¿Por qué un poema escrito por una chica que trató de suicidarse luego de la muerte de su padre? No necesito esta mierda...

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