Capítulo 25: Mi depredador favorito

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Desintegración por contacto piel con piel... 

Si se están preguntando cómo se siente eso, bueno: es muy parecido a derretirse, pero más violento.

Miro hacia abajo mientras corro de la mano con él, y me asombro de ver que mi cuerpo aún sigue en una pieza, todo en su lugar, eso sin tomar en cuenta como rebotan mis enormes pechos. ¡Dios mío, qué vergüenza!

«¡Alba, cálmate mujer! Que lo importante es seguir corriendo, aunque se te caigan en el camino!»

Por dentro, estoy hecha un desastre, mis neuronas rotas en mil pedazos. Incluso en este estado de locura, aún puedo sentir la mano de River en la mía. Quema. Envía deliciosas punzadas tibias arriba y abajo de mi brazo.

Me encantaría decir que fui toda una diva al escapar del instituto junto a él, pero obviamente que no. Mi pelo debe ser un desastre descomunal, y mi cara de no-sé-qué-hice-para-merecer-esto-pero-por-Dios-lo-acepto debe ser un poema. De hecho, le estoy rezando a los dioses del amor hormonado en este momento, para que bendigan a esta rara, que no para de soñar con que el chico que tiene al lado le quite el aliento con el beso más largo de la historia de los besos.

Mi mano tiembla demasiado, y no quiero empezar a transpirar. Estoy tan nerviosa que no hay nada que pueda hacer para mejorar mi situación: todas mis células cerebrales están ocupadas tratando de hacer que mis reflejos involuntarios sigan funcionando.

«Eso es Alba, parpadea».

«Respira».

«Eso es corazón, sigue latiendo. ¡Tú puedes!»

Su mano suelta la mía cuando llegamos al final del camino que conduce al parque. Inmediatamente me hace falta su calidez. Un torrente de realidad me atraviesa, y giro sobre mis talones para evaluar "casualmente" si alguien nos ha seguido.

Todo está en pausa. El mundo espera por nosotros. Los robles proyectan sus sombras que se extienden como brazos hacia la fuente donde el ángel gordito nos espera con su arco y flecha oxidada.

Estamos completamente solos.

La atmósfera se tiñe de timidez. El silencio es inquietante, las gotas del arco del querubín suenan como una especie de canción de bienvenida.

Susurran lo suficientemente alto como para que las escuche: sabíamos que estos dos harían historia.

¿Tendrán razón? ¿Será la nuestra una historia que valga la pena contar?

¿Acaso ha empezado una nueva escena?

Junto coraje, y lo miro de reojo. Mala idea: las mariposas en mi estómago aletean desesperadas quejándose porque nuestras manos ya no están unidas.

River está mirando al suelo, pateando piedritas con su bota derecha. La brisa juega con sus rulos azabaches, y me trae el aroma de su colonia. Mierda, es condenadamente deliciosa. Huele a él. Quedo paralizada, y mi mente hace lo que mejor sabe hacer: pensar incoherencias.

«¿Qué animales paralizan a sus presas antes de comérselas?»

—Existen las avispas cazadoras de tarántulas, por ejemplo, abejita.

«Guau, papi. No sabía que además de aves también sabías de insectos».

—Pues sí. Estas avispas son dignas de una película de terror —Suena divertido—. Usan su aguijón para paralizar a su presa y arrastrarla a su nido para alimentarse de ella mientras aún está viva. Bastante asqueroso, ¿no?

«La verdad que sí».

Papá ríe una vez más, luego su eco se desvanece dejándome pensativa.

Entonces, es muy factible que River me haya paralizado con el toque de su mano, su valentía al defenderme, y ahora ese perfume tan sensual. Sí. Debe ser eso. Como un depredador, me ha paralizado, y piensa llevarme a su guarida para comerme viva.

Dios...

Eso. Sería. Increíble.



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