Capítulo 32: El castigo inevitable

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Era evidente que tarde o temprano la maldita llamada del instituto iba a llegar, poniendo fin a mis tardes llenas de Alba, y principio a mi castigo

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Era evidente que tarde o temprano la maldita llamada del instituto iba a llegar, poniendo fin a mis tardes llenas de Alba, y principio a mi castigo. 

Me suspendieron por dos días lo cual era de verse. En el segundo en el que mi puño se estrelló contra el pómulo derecho de Tadeo, supe que iban a haber consecuencias severas.

Sigo sin arrepentirme de haberle dado una paliza al boca sucia de mi amigo (si aún puedo llamarlo así), de solo recordar las obscenidades que le dijo a mi novia, me dan ganas de golpear algo con fuerza hasta que mis nudillos sangren.

Mi padre vuelve de su viaje de negocios a este lío, y eso sí me avergüenza. Mi madre está tan furiosa que no me ha dirigido la palabra. Se pasea por la casa murmurando cómo su hijo mayor se ha convertido en un gánster. Es gracioso verla cual animal enjaulado, caminando por toda la casa, cabizbaja y meditabunda. Mide un metro y medio, pero no se dejen engañar por su pequeñez, la compensa con una ira digna de un Balrog.

Mi "escapada nocturna" de anoche no hizo más que empeorar las cosas entre nosotros. Sí, lo sé. Fui un idiota. Debería haberle avisado que salía en la moto, pero la verdad es que no quise arriesgarme a que me dijera que no, así que me escabullí sin permiso, y esta mañana me desperté a la debacle total.

Pero valió la pena. Cada. Segundo. Con. Alba. Fue. Perfecto.

Mi mente viaja al claro del bosque, con el lago y la fogata en la arena. Su cuerpo desnudo vibrando bajo mis dedos. Mi boca devorando cada milímetro de su tersa piel... Con ella quiero ir lento, ver florecer el deseo en su mirada, sentir la tibia humedad de su excitación. Su voz gimiendo mi nombre me enloqueció, llevándome al límite de mi autocontrol. Fue muy difícil controlarme para no hacerla mía allí mismo.

Recuerdo sus manos acariciando mi intimidad, sus labios besando mi cuello, y la calidez de sus senos voluptuosos contra mi pecho. Es demasiado para mi cuerpo, la necesito aquí y ahora. Mi erección me molesta, quiero aliviarla, pero escucho a mi padre llamándome al comedor y sé que debo bajar de inmediato si pretendo minimizar la penitencia que me van a imponer. Mis padres son muy severos, y no se toman estas cosas a la ligera. Estoy en problemas. Graves problemas.

—River, tu madre está en la cocina golpeando cuantas ollas puede y llorándole a tu abuela —me dice mi padre con los hombros caídos como si fuera él quien metió la pata—. Esta vez te pasaste, hijo.

—Papá... Ya sé que suena horrible lo que hice, pero créeme, tuve mis razones.

Nos miramos por unos segundos, y su rostro se vuelve menos duro, parece entenderme aunque me pregunto por qué. Sopeso entrar en la cocina y disculparme con mi madre, de nuevo, pero decido no hacerlo por miedo a enfurecerla más. Si hay algo en lo que mi padre es bueno es en ser el ancla de esta familia hispana. Ha logrado mantener a mi madre viviendo en el extranjero, y no solo eso: ella es feliz aquí. Él nos mantiene a flote, nos guía y nos une: todos lo adoramos por eso. A menos que mamá esté de mal humor, ¡y vaya que lo está!

OlvídameWhere stories live. Discover now