Capítulo 9: Diminuta

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Debo estar alucinando

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Debo estar alucinando... Sí, seguro es eso: se me subieron todas las algas del lago Elsie a la cabeza, y colapsaron las pocas neuronas que quedaban flotando en mi patético cerebro.

¿Quién podría pensar lo contrario? Porque un universo en donde un chico tan perfecto que parece sacado de una revista de moda, o del mejor sueño de tu vida, aparezca en el momento justo para salvarte (literalmente), es no solo imposible, sino digno de una película romántica para chicas. ¡Y de las más taquilleras!

Sin embargo,  aquí está. Sentado. Junto. A. Mi.

River me rescató del lago, me vio pataleando como una loca ridícula.

Dios mío, ¡qué vergüenza!

Trato de arreglarme el pelo y de despegar mi vestido aún mojado de las curvas de mi cuerpo, mientras siento que me hierven las mejillas. La brisa me pone la piel de gallina, y horrorizada, noto como se traslucen mis pezones.

«Querido River, me rescataste en vano, ya que estoy a breves segundos de morir de bochorno y pudor».

Aún no comprendo por qué lo hizo, o qué diablos hace aquí en el lago. Somos polos opuestos, de mundos diferentes. Suelo ser invisible para gente como él.

Evito responderle, evito su mirada, evito mis ansias de acercarme unos milímetros más y respirar su colonia, o desodorante, o aftershave.

«Alba, solo para».

Me estoy intoxicando con imágenes de River y cómo sus manos tocaron mi piel.

Son demasiados los pensamientos que me dominan. Desde verlo zambullirse sin un atisbo de duda, a la preocupación de papá con mi idea de mojar mis futuras raíces imaginarias para conectarme con el lago y sus secretos. Yo solo buscaba respuestas en la profundidad del agua revuelta. Se supone que estaban allí, esperándome. Quiero saber como reunirme con mi papá. Quiero encontrar otras formas de tenerlo conmigo. Y ahora, tengo a este chico en el medio de mi misión: desconcentrándome, haciéndola casi imposible.

«¿Cómo me lo saco de encima?»

«¿Me lo quiero sacar de encima?»

Otra vez hay silencio entre nosotros. Voy a explotar en mil pedazos en cualquier momento. Evitando un ataque de ansiedad, me pellizco las piernas con fuerza asesina, y observo como mi piel pálida se torna casi violeta.

No sirve. Sigo inquieta.

Entierro las uñas en las palmas de mis manos, el dolor me ayuda a enfocarme. Escucho su respiración trabajosa. Trato de imitarla, pero el ritmo de su pecho es demasiado inestable y me marea.

¿Qué le sucede? ¿Estará por darle un infarto? Mi corazón se acelera de solo pensar en que pueda pasarle algo. Si estamos en una película, y todo esto me lo estoy inventando, seguro esta es la escena en la que el director nos cambia el guion dándole un giro dramático a la trama.

OlvídameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora