Capítulo 37: Incertidumbre

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Creo que me quedé dormida

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Creo que me quedé dormida...

Despierto desorientada, pero el calor de su cuerpo me trae de vuelta a lo vivido hace unas horas.

«¡Horas! ¡Mi madre va a asesinarme!»

Me levanto con cuidado, y para mi horror veo unas manchas de sangre en el piso. No sé qué hacer primero: si limpiarlas con la toalla (eso me dejaría sin nada para cubrirme, y sí: pasado el momento candente, tengo vergüenza de estar desnuda delante de River), o bajar a buscar mi ropa y solucionarlo una vez vestida.

Definitivamente tengo que tener algo puesto antes que despierte o me va a dar algo...

—Nenita, ¿qué haces ahí parada tan pensativa?

«¡Mierda!»

—Nada, yo... Es que tengo un poco de frío y pensaba bajar a buscar mis cosas.

«Mentirosa y cobarde. Muy bien, Albita. Muy bien».

River sonríe, restregándose los ojos, y se despereza. Sus músculos se contraen, y mi respiración se vuelve irregular.

«Basta, ya mujer. Pasaste de ser virgen a ser golfa en unas horas».

¡Horas! Es cierto... el cielo está estrellado con vestigios de un atardecer ya terminando.

—Va a ser mejor volver, antes que tu madre nos mate a los dos. ¿Estoy equivocado?

—Nope. Estás muy en lo cierto —le contesto, mientras él se acerca y me abraza.

—Perdón por eso —susurro, con mis mejillas ardiendo del bochorno.

—No seas tonta, nenita. No tienes nada de que avergonzarte. Yo me encargo.

Me besa el cuello y se saca la toalla de la cintura. Mis ojos van directo a su cuerpo desnudo. ¡Dios mío, qué hermoso es! Parece salido de un catálogo de moda masculina... Muerdo mi labio inferior, observando como se pone su ropa interior con total normalidad.

«Tengo que dejar de mirarle ese trasero tan redondo...»

«¡Diosa de la cordura vuelve a este cuerpo impuro, y dame fuerzas para no sucumbir de nuevo que llego tarde a mi casa!»

—No salgas a la intemperie, neni. Ya vuelvo.

Baja a buscar mis cosas y noto que ya el piso está libre de evidencia. Suspiro aliviada. En un abrir y cerrar de ojos, estamos vestidos y listos para emprender el regreso a casa.

Me preocupan los mensajes que me debe de haber enviado mi madre mientras estábamos... ocupados. Se enoja cuando no le respondo, así que revuelvo en mi mochila buscando el celular para echarle un vistazo. No tengo mensajes, lo cual es un alivio.

Dejo escapar otro suspiro. Todo está en orden.

—Alba, ¿estás bien? —Su mirada preocupada hace que las mariposas (de residencia permanente en mi estómago), revoloteen enloquecidas.

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