Capítulo 44: Deshecha

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—¿Qué mierda pasa contigo, Alba?

Mamá camina de un lado a otro como animal enjaulado, juro que está dejando volutas de humo en su camino: se levantan de los tablones de madera del piso, y se agitan alrededor de su cuerpo. Ni siquiera sé lo que está diciendo. Es un torbellino de furia, miedo y decepción.

Es lunes por la tarde, y no estoy segura de si hubo un domingo en medio de mi última salida con River, mi intento fallido de decirle adiós, y este momento.

¿Adónde se fue el tiempo? ¿Dónde he estado? ¿Fui a clase hoy? Supongo que no, por el aspecto de mis botas embarradas.

¿Estuve en el lago Elsie? ¿Estuvo River a mi lado?

¿Qué carajo está pasando?

Las divagaciones incoherentes de papá se han convertido en un ruido de fondo constante en mi cabeza. Continúa hablando de su muerte, y de cómo debería haberme dicho que le dolía el pecho, tanto, que a veces apenas podía respirar.

Mamá también sigue hablando, caminando, gritando.

Intento comunicarme con papá, pedirle ayuda. Nado a través de la estática, pero es inútil: no me dice que decir ni cómo actuar.

River me ha mandado mensajes de texto sin cesar, ahora lo recuerdo. Pero cada vez que pensé en responderle, me acobardé. Nada tiene sentido.

—¿Me estás escuchando, Alba? —Mamá lanza sus manos al aire, su frustración se suma a las demás emociones que emanan de ella. Algunas nunca las vi, no sé cómo nombrarlas.

—S-sí. Te estoy escuchando, mamá —murmuro, clavando mi mirada en las medias de lana que sobresalen de mi calzado: son de pares diferentes.

—¿Cómo pudiste saltearte clases así como si nada? ¿Te escapabas del instituto con River? No lo puedo creer. Me llamaron hoy temprano por la mañana. Me reuní con la directora... Alba... ¡Dios mío! ¡Has faltado desde el primer día!

Nunca en mi vida he visto a mi madre tan trastornada, grita, gruñe, y niega con la cabeza al mismo tiempo que se golpea la sien con la palma de su mano izquierda. Su cuerpo tiembla de impotencia y rabia contenida. Cruzamos miradas y lo que veo en la suya me hace estremecer.

Ha crecido del tamaño de toda la habitación. Me siento diminuta en comparación.

—Estás metida en el peor lío de tu vida. Tienes mierda hasta el cuello, Alba. ¿Lo entiendes?

La tengo a milímetros de mi rostro, y cuando resopla, el aire caliente que sale de su nariz me quema la piel.

Te entiendo, mamá. Más de lo que te imaginas.

Estoy hasta el cuello de mierda, tienes toda la razón.

¿Sabes qué? He estado metida en la mierda misma durante más tiempo del que te puedo explicar. Comenzó cuando era una bebe: ya traía mierda bajo el brazo al nacer.

OlvídameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora