Capítulo 19: La decisión

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—A mí me gusta hacerme la rata dos por tres, pero ¿tú? ¡Guau! Te has saltado tantas clases, que eres digna de toda mi admiración, mujer —dice una aterciopelada voz femenina a mi derecha

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—A mí me gusta hacerme la rata dos por tres, pero ¿tú? ¡Guau! Te has saltado tantas clases, que eres digna de toda mi admiración, mujer —dice una aterciopelada voz femenina a mi derecha.

Me doy la vuelta, y me encuentro con una chica pelirroja que se deja caer a mi lado en el borde de la fuente. Sus ojos astutos miran al angelito, luego a las gotas que salpican de su arco y flecha, y finalmente a mis mejillas, ladeando su cabeza como si estuviera colocando en orden piezas de un puzzle invisible. Hecho esto, queda en silencio como si nada.

Limpio mi nariz con el puño de mi buzo, y no puedo evitar seguir observándola. Lleva unos shorts de jean negros: son cortos y muy gastados. Debajo de ellos, unas medias de red que le sientan a la perfección. Todo en ella llama la atención. Desde el piercing en su ceja izquierda, hasta su melena corta con mechones que salen en todas las direcciones como llamaradas. Es tan diminuta que parece un hada. Me cae bien y ni siquiera la conozco.

Su risa se abre paso por entre el tap-tap que hacen sus botas cada vez que balancea sus largas piernas golpeando sus tacones contra la fuente. Seca su cara ovalada del rocío de gotas con su remera de "Rage Against the Machine", y noto sus muñecas delgadas cubiertas de extraños brazaletes. Es hermosa, y parece encajar perfectamente en el mundo.

—Hola, soy Stormy —me dice, levantando su rostro hacia la luz del sol. El mío se ve reflejado en el cristal de sus lentes redondeados color plateado, y para mi sorpresa estoy sonriendo.

—Hola, soy Alba.

Mi voz es robótica, y creo que mi aliento aún huele a las profundidades del lago Elsie: esa agua quería mantenerme dentro... Quizás estoy aquí, pero no debería estarlo. Quizás me esté burlando del destino que tarde o temprano va a cobrarse la cuenta. Hay algo mal en mí, intrínsecamente mal. Debería estar en la escuela, abriendo mi casillero, buscando mis libros de texto para las materias del día. Debería poder dejar atrás todo lo sucedido, y enfrentarme a River de una vez por todas. Es solo un chico, puedo juntar coraje y hablar con él en vez de congelarme bajo su mirada del color del océano.

¿A quién engaño? Las chances de que eso suceda son nulas; son más pequeñas que la división de un átomo. No puedo explicar algo que no puedo entender: el efecto que tiene en mí. Y por lo tanto, no soy capaz de tomar la decisión de encararlo y aclarar las cosas.

—¿Recuerdas cómo te costaba elegir qué sabor de helado comer, abejita?

Papá ha vuelto, y el alivio es tan enorme que me arden los ojos del esfuerzo de contener las lágrimas que amenazan con salir. No lloraré frente a esta chica...

«Contrólate, Alba. Respira profundo. Stormy seguro piensa que eres una rara que se esconde de la vida detrás de una fuente con un querubín rechoncho que huiría si no estuviera hecho de hormigón».

—De cereza, no. De frutilla y crema, tampoco —continúa papá, con una pizza de risa en su voz.

Quisiera decirle lo sola que estoy, o lo difícil que me resultan algunas cosas que a los demás les son cotidianas. Daría lo que sea por confesarle el miedo que tengo de vivir, pero eso sería egoísta porque de alguna manera él está aquí conmigo. A pesar de todo y de mí, su voz sigue aquí. Contradiciendo toda lógica y razón. Pobre papá, él no tiene la culpa de haberse ido de este mundo.

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