Capítulo 22: Monstruos

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—Fíjate por donde caminas, gordinfla —Lorna empuja con fuerza mi hombro izquierdo, mientras pasa a mi lado de camino a los vestuarios

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—Fíjate por donde caminas, gordinfla —Lorna empuja con fuerza mi hombro izquierdo, mientras pasa a mi lado de camino a los vestuarios.

Ella tiene a todas las demás chicas de mi clase de gimnasia llamándome así. Duele, no les voy a mentir, pero la verdad es que hoy tengo muchos más motivos para sonreír que para estar deprimida. River y yo hemos estado mandándonos mensajes sin parar. Anoche nos quedamos despiertos hasta las tres y media de la mañana, y las mariposas en mi estómago han revoloteado más enloquecidas que nunca.

Me encanta la forma en que me habla, o textea mejor dicho. Tiene cada ocurrencia que me hace llorar de risa y a la vez es muy inteligente e irónico. Su sentido del humor es bastante ácido cosa que idolatro. Lamentablemente, nos hemos tenido que aguantar las ganas de vernos, mi madre anduvo medio loca cuidando de mis hermanos que se engriparon a la vez, y yo estuve ayudándola como pude.

Ojalá pudiera escaparme de este tormento inútil, generado en el fuego mismo del infierno también conocido como Educación Física. Imposible, vengo faltando demasiado y si sigo así puede que del instituto llamen a mi casa, y eso no estaría nada bien. Mi madre me castigaría sin celular por lo menos un mes, lo cual sería el fin de todo. No más mensajes de texto, ni momentos especiales, ni madrugadas increíbles. Eso no puede ocurrir. Jamás de los jamases, como diría River.

—Eu, gordinfla, es que además de idiota eres sorda ¿o qué? —gruñe Lorna a los cuatro vientos porque según ella sigo molestando.

Le hago un gesto con la cabeza mientras me encojo de hombros. Ahora que pienso, tiene mucho sentido que mi archienemiga y todas sus diablas súbditas estén confinadas en la misma maldita clase de deporte que yo. ¿Por qué digo eso? Porque claramente, este gimnasio de mierda es una extensión del infierno.

A ver, la suerte no es mi amiga, y las estrellas no se iban a alinear de la noche a la mañana pese a que me haya pasado algo genial. No, aquí Alba ha venido a sufrir.

Por el rabillo del ojo las observo, todas reunidas en un círculo cerrado, y muy a pesar mío, el estómago se me anuda hasta la próxima luna creciente. Todas llevan puesto el uniforme deportivo, y les queda de maravilla, casi como si se lo hubieran mandado a hacer a medida por una diseñadora prestigiosa. Me sorprende que no tengan esas chaquetas que aparecen en las películas americanas, las que tienen la inicial de su novio en la espalda.

Y entonces sucede, la magnitud de la realidad me abofetea en la cara ya perlada de sudor: yo nunca llegaré a experimentar este tipo de cosas. Nunca podré reír descuidadamente, entre un grupo de gente y sentirme como un pez en el agua. Nunca seré la primera en ser elegida en una asignación de equipos, o en un nuevo deportivo. Yo soy la que pregunta si se puede trabajar sola, la que pone los ojos en blanco cuando el docente a cargo me ubica en algún equipo como si fuera una obra de caridad.

Tengo una teoría sobre estas chicas perfectas: seguro fueron visitadas por todas las hadas habidas y por haber cuando nacieron, y les regalaron cuantos dones se les ocurrieron porque así son las hadas: unas reverendas taradas cuando quieren.

OlvídameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora