🎃Capítulo extra: Especial de Halloween

622 77 124
                                    

Mi sangre

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Mi sangre... Un tejido vivo formado por líquidos y sólidos.

¿Sabían que quizás pudo oler ese café con leche acompañado del rollito de canela que mi abuela solía prepararme cuando era niño y tanto me apasionaba?

Y no, no estoy loco. No del todo por lo menos. Dejen que les explique: sucede que gracias a una clase de Biología (con un viejo maltratador de adolescentes, pero famoso por brindar contenidos interesantes a sus lecciones), aprendí que unos científicos hallaron que las células sanguíneas tienen los mismos receptores para percibir el olor que la nariz. Dicen que hay una creciente evidencia de que esos receptores se hallan en otras partes del cuerpo.

Increíble, ¿no? Eso quiere decir que cada vez que su aroma a coco y miel invadió mis sentidos, haciéndome perder la noción del tiempo y el espacio entre nosotros, pude literalmente olerla con mi corazón, mi sangre, y hasta mis pulmones.

Alba, mi nenita rebelde, que con una mirada de esos ojos almendrados e inundados de misterios, supo desarmarme y volverme a suturar.

Ella lo es todo para mí, por ella viajé con mi familia a Suiza en un intento desesperado de encontrar una cura para mi miocardiopatía congénita con una droga experimental.

Debería haberme dado cuenta antes que mi tratamiento fue el catalizador de estos cambios que muy a mi pesar, ya no puedo continuar negando. La evidencia es demasiado palpable... Y todo recae sobre la bendita sangre.

Yo ya no la necesito. No como ustedes al menos. Ya no más...

Y sé lo que están pensando: "River, que pavadas dices. Todos los seres humanos la precisamos para sobrevivir."

Pues es ahí donde se equivocan. Sucede que desde hace unos diez días he caído en la cuenta que ya no siento frío, ni calor. Ni dolor, ni hambre. Y aun así, la sangre sigue siendo mi motor.

No la necesito... pero la codicio. Ignorar esta especie de instinto irracional que llevo dentro me está consumiendo. Es aterrador y cada vez más demandante. Ella me llama, como una sirena siniestra, y día a día, minuto a minuto, se me está dificultando más evadir su canto de acordes rojo carmesí. No estoy seguro de que sucedería si la obedeciera.

—River, ¿vas a bajar a cenar o no? Me estoy muriendo de hambre, y hace veinte minutos que estás peinándote. Créeme, por más que el mono se vista de seda... —la intensidad de la voz de Joshua, mi hermano menor, me sobresalta. Está en la cocina, pero podría jurar que lo tenía a mis espaldas.

—Cállate engendro, o te rapo mientras duermes. ¿Recuerdas esa vez que lloraste cuando el peluquero te cortó demasiado? —le respondo, sabiendo muy bien que lo voy a hacer enojar. No me juzguen, es mi pasatiempo favorito... Bueno, a decir verdad, besar a Alba lo es.

—Eres un idiota —chilla, y luego, escucho a la perfección los sonidos típicos de los cubiertos al cortar la carne asada que no tardará en devorar.

OlvídameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora