11 de junio

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Querido diario:

Cuando la clase de artística de la señora Baumann, estaba a punto de concluir, porque ella tenía que irse de la escuela un rato antes, ya que necesitaba estar en su hogar para poder amamantar a las mellizas, que había dado a luz el mes pasado. Mi teléfono comenzó a sonar, así que le pregunté a la profesora si podía atender la llamada, porque tal vez alguien de mi familia estaba necesitando de mí, ella asintió con una sonrisa. Me alejé un poco del grupo y contesté. La persona al otro lado de la línea era mi tía, que me estaba hablando para preguntarme si tenía que hacer algo después de clases, le contesté que solo debía hacer tarea que me habían dado hoy en las otras materias. Entonces, ella me contó que mi prima estaba sola atendiendo la librería, porque ella tuvo que viajar de urgencia, y que Luana no había querido ir junto a ella. Inmediatamente le dije que ella podría quedarse más que tranquila, que cuando saliera iría hasta allí para hacerle compañía a su hija y que no la dejaría sola. Y que si ella quería, yo no tenía problema en llevarla a casa para que no pasara la noche sola.  Mi tía pensó que era muy buena idea, porque hace unos días atrás entraron a la casa de una de sus vecinas para robarle.

            La señora Baumann nos dijo que ya podríamos irnos, así que comencé a guardar mis cosas dentro de la mochila, y coloqué el cuadro que había pintado sobre un caballete de madera. Me despedí de todos mis compañero y salí de allí. No te puedes imaginar el frio que se sentía al salí a la calle, era insoportable. Parecía que llevara la piel al desnudo, que no estuviese usando nada que pudiera mantenerme a salvo del frio invierno, pero en realidad si llevaba mucha ropa de abrigo. Pero por suerte, la librería quedaba bastante cerca del instituto, así que pude llegar al cabo de unos pocos minutos.

            —Hola, primita —dije, mientras me sacaba mi gorra.

            —¡Llegaste! —exclamó emocionada.

            Se abalanzó sobre mí y me abrazo antes de plantarme un beso sonoro en la mejilla.

            —Parece que alguien me estuvo extrañando.

            —Claro que sí —dijo Luana—. No te he visto en días.

            —Estuve demasiado ocupada, tienes que entenderme.

            —Lo sé. Pero ni un solo mensaje me pudiste mandar —dijo ella.

            —Lo siento.

            Ella frunció el ceño y se fue caminando hasta la caja registradora.

            —Pensé que me habías dejado de querer o me habías cambiado por otra prima —dijo mi prima con la voz cargada de enfado.

            —Eso jamás pasará, primita.

            —¿Cómo estás? —preguntó.

            —Bien, un poco congelada.

            —¿Quieres que aumente un poco la calefacción? —alargó su mano para posar su delicada mano sobre mi mejilla.

            Asentí.

            —Si no es mucha molestia, por favor.

            —No lo es —Sonrió—. Ya vuelvo.

            Salió corriendo y subió precipitadamente las escaleras.

            Si realmente estaba encendida la calefacción de la librería, te puedo asegurar que no se notaba.

Para secar tus LágrimasWhere stories live. Discover now