30 de julio

2.7K 115 60
                                    

Querido diario:

¿Alguna vez has escuchado decir a una persona que cuando llueve es porque en el cielo los ángeles se encuentran llorando? ¿O porque a las nubes les encanta hacerse pis sobre nosotros? Lo sé, Lo sé, lo segundo suena tremendamente asqueroso, pero aún así la gente lo dice todo el maldito tiempo. Bueno, yo sí lo he hecho como un millón de veces de lo que va del día. Abrianna Hervatich, una de las mejores amigas que mamá tiene desde que era una niña pequeña, no se había cansado de repetírnoslo a todos los que nos encontrábamos sentados a su lado en ese largo banco, desde que ella y su atractivo pero súper egocéntrico hijo bajaron de un viejo taxi y, reunieron con la familia dentro de la iglesia. Sabes, comprendo a la perfección que tía Bria, como yo suelo llamarla cariñosamente, nos decía lo de la lluvia a cada rato para lograr distraernos por tan solo un instante y sacarnos una sonrisa con sus tonterías. Recuerdo que el día que cumplí los dieciséis años, mamá me enseñó una graciosa fotografía que tenía guardada dentro de un álbum de su época de instituto, en donde aparecían Brian y papá a mí misma edad, vestidos como dos bufones y haciendo reír a todos sus compañeros de clase. Esa imagen es el fiel reflejo de lo que ellos fueron en su adolescencia y lo que ahora son como adultos: bromistas, payasos, bufones... como quieras llamarlos. Pero sinceramente, a pesar de sus buenas intenciones, no creo que pudiera aplacar el inmenso dolor que nos causaba estar allí sentado a tan solo tres metros del ataúd de mi abuela.

             Este luctuoso y grisáceo día comenzó realmente muy temprano en la mañana, cuando el sol aún no daba ni siquiera una señal de querer asomarse a través de las oscuras nubes que lo estaban cubriendo. El insistente sonido del teléfono inalámbrico de la casa me despertó de un momento para el otro, sacándome de manera brusca del maravilloso sueño que había estado teniendo desde hace unos cuantos minutos, en donde mi temporada favorita, la primavera, por fin había llegado a la ciudad luego de un helado e interminable invierno. Yo me encontraba allí sentada sobre una suave manta color escarlata, deleitando el asombroso espectáculo que el cielo nos regalaba al atardecer, mientras que un muchacho llamado James Dean, jugueteaba divertidamente con los bucles que me había hecho en el cabello para nuestra primera cita. Él era incapaz de despegar sus ojos de mis labios, los cuales en el sueño eran tan carnosos como los de Angelina Jolie, y de repetir que era imposible que luciera más encantadora el día de hoy. Está bien, diario, sé que es un tanto extraño que haya estado soñando con un famoso actor de Hollywood que murió como hace sesenta años atrás, pero la noche anterior habíamos estado junto con Joshua mirando sus películas por primera vez, Dios, nos enamoramos completamente de James. Debo admitir que ese chico era de ensueños. Así que supongo que podrás comprender que definitivamente necesitaba volver a quedarme dormida para contemplar nuevamente su bello rostro, pero lamentablemente no pude hacerlo, al parecer el teléfono no se iba a dar por vencido.

            En ese mismo instante sentí muchísima rabia porque estaba más que convencida, que los que estaban llamando era los chicos del barrio, que se había reunido a la hora de la cena para tener una pijamada y, que habían elegido a mi casa como su primer blanco para hacer bromas telefónicas. Pero a pesar de lo que pensaba tenía que salir rápidamente de la cama e ir a atender la llamada, porque si no lo hacía, el ruido terminaría despertando a mi hermanito que se había calmado y dormido hace muy poco tiempo. Creo que las agujas del reloj marcaron que ya eran las seis de la mañana, cuando de la nada se dejó de escuchar el escandaloso ring que provenía de la sala de estar y, comenzó a zumbar mi teléfono celular. Lo tomé de la mesita de noche y vi que decía «Abuelo VI», en la pantalla, inmediatamente me maldije a mí misma por haberme demorado tanto y lo atendí. Mi abuelo, el papá de mamá, lloraba de forma desconsolada del otro lado de la línea y con la voz entrecortada logró decirme que ella se había ido, que su frágil corazón ya no latía más. Mi dulce abuelita lamentablemente había fallecido, de un sorpresivo ataque cardiaco, unos quince minutos antes que él comenzara a tratar de comunicarse con nosotros. Me derrumbé. Me quedé en silencio por unos cuantos segundo por el shock que me había causado esa terrible noticia, estaba prácticamente en un estado catatónico. Al parecer, el abuelo se había percatado de lo que me estaba sucediendo internamente, porque me pidió que le hiciera el favor de respirar profundo y, que lentamente me dirigiera hacia el cuarto de mis padres para darles el teléfono.

Para secar tus LágrimasWhere stories live. Discover now