3 de diciembre - Capítulo final

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Querido diario:

Posiblemente en este último par de meses me había convertido, sin llegar a darme cuenta, en toda una negadora serial porque aún no terminaba de comprender qué fue lo que sucedió aquella maldita noche. Sabes, al principio había creído que el tiempo me jugaría una mala pasada, que aprovecharía mi estado para reírse de mí, estaba segura que prolongaría cada minuto de cada hora para que mi dolor fuera eterno. Pero contrario a lo que pensé, los días se fueron volando.

​        A pesar que había pasado una semana, siete días completos desde la peor noche de toda mi vida, todavía puedo sentir la horrenda sensación que me había dejado aquella llamada. Sin darme ni un segundo de tregua, ese miedo intenso aún sigue recorriendo por mi débil cuerpo, haciendo que todo mi ser se paralice por completo. Ahora todo se había convertido en una pesadilla.

​      Desde hace muchísimas horas que me encuentro sentada en un cómodo sillón que hay dentro de la silenciosa habitación de mi hermano, observando por el ventanal a mis vecinos que salen de sus casas para ir al trabajo o llevar a sus hijos al colegio. Todas esas personas que conozco desde el día que llegué a este mundo y que aprecio sinceramente, poco a poco comienzan a olvidarse de todo. Ellos tratan de actuar como si nada malo hubiese pasado últimamente. A ver, diario, quiero que sepas que no estoy molesta ni dolida por la actitud que decidieron optar, porque hasta un cierto puedo lo puedo llegar a comprender. Ese sentimiento de pena profunda que los sacudió a cada uno de ellos, algún día tiene que desaparecer porque la vida continúa. Sabes, no quería admitirlo porque me hace sentir terriblemente mal, pero verlos seguir adelante me da mucha envida. Ojala yo pudiera hacer lo mismo. Estoy destrozada. Mi amorosa familia trata de ayudarme a superar este momento, pero no entienden que con cada palabra de aliento que me dan, lo único que hacen es solamente hundirme más en mi depresión. Solo quiero permanecer encerrada en mi cada y que el mundo exterior se desvanezca. ​

​     El jueves 24 de noviembre fue un día extremadamente emocionante para mí, porque luego de haber pasado tantos años levantándome a las seis de la mañana para que mis padres me llevaran al colegio, o de comer a las apuradas cada mediodía para no llegar tarde a la primera clase, el ciclo escolar había por fin terminado. Cuando me ponía a pensar que la fecha se aproximaba, imaginaba que me la pasaría llorando por todos los rincones, como suelo hacerlo cuando estoy triste, y que repartiría abrazos a todos los que pudiera. Pero por suerte, me lo temé con mucha más calma. Ese día cuando entré al instituto, los profesores nos reunieron a todos los que nos íbamos a graduar en el auditorio porque querían tener una charla con nosotros. Nos dijeron que no íbamos a tener clases porque  no tenía sentido alguno seguir hablando de las materias en el último día, pero que para ocupar las horas de la jornada teníamos que buscar la forma de dejar nuestra huella en el establecimiento, ya que no habíamos tenido tiempo de hacer los anuarios. La mayoría de los chicos se fueron al salón del teatro para tomar fotografías y recordad los momentos que vivieron allí, y otros fueron al gimnasio para escribir sus nombres en las pelotas de fútbol y básquet. En lo personal, corrí a la oficina del director para pedirle permiso para pintar algo en la aburrida y blanca pared que se encontraba  entre medio de los casilleros, por suerte me dijo que podía hacerlo. Con la ayuda de algunos de mis compañeros que también aman el arte y otros que solo querían estar allí para luego tomar la pintura que quedara para hacer alguna que otra maldad, pintamos un mural que nos quedó hermosísimo. El paisaje que habíamos hecho reflejaba a un grupo grande de adolescentes, que vestían con orgullo el uniforme de la escuela, disfrutando de una fogata en la playa.

​    Cuando estábamos despidiéndonos, la profesora Baumann nos invitó a todo el salón a festejar en CoffeeLand. No exagero al decir que al dueño de la cafetería casi le dio un infarto ver que una manada de chicos alborotados entraban por las puertas de su local. Nunca vi a un hombre tan asustado. Tranquilo, diario, nos portamos correctamente. Fue una tarde maravillosa y divertida entre amigos. Pablo se encargó de ponerle música a nuestra reunión, tocó un par de alegres canciones en el escenario, mientras que algunas chicas bailaban  su alrededor. Hablamos por horas de lo que teníamos pensado hacer en las vacaciones de verano, y cuando me tocó mi turno les comenté que además de prepararme para las clases del próximo año, me instalaría los siguientes meses en la playa para poder conseguir mi bronceado caribeño.

Para secar tus LágrimasWhere stories live. Discover now