02 de junio

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Querido diario:

Me acuerdo de muchas cosas bonitas de cuando era pequeña. Pero debo decir que los mejores recuerdos de esa época, los tengo todas gracias a mi tía Cecilia. Cuando yo tenía aproximadamente cinco años de edad, la hermana menor de mi mamá con mucho esfuerzo abrió una pequeñísima y adorable librería en el centro de la ciudad.

            Recuerdo que esa tarde estaba tan contenta porque sabía que mi querida tía estaba cumpliendo uno de sus dos más grandes sueños. El primero era estudiar y recibirse de profesora de literatura, el cual logró cumplirlo el mismo año que yo nací. Entonces pensé, la mejor cosa que podía hacer era ponerme mi vestido más lindo para ir a la inauguración de su local. Pero cuando llegamos allí con papá y mamá toda esa alegría que sentía se trasformó en mucha pena. La estética de la librería no era muy buena, se podía distinguir a primera vista las horribles manchas de humedad y la falta de pintura. Pero lo más entristecedor era que había comenzado con tan solo seis libros en las enormes estanterías. Después de una largo rato de estar sentada en un pequeño banco, escuché que la tía decía que eso pocos ejemplares que tenía los había recuperado de la casa de su ex marido. También que el alquiler del lugar era demasiado costoso, y sus ahorros no le alcanzaban para comprar más libros.

            Un par de horas después ya estábamos devuelta en casa. Cuando estaba por irme a dormir fui hasta la habitación de mis padres porque no podía sacarme la mirada triste de tía Ceci de la cabeza. Por eso le pregunté a mamá si podríamos hacer algo bueno para ayudarla, ella dijo que sí. Así que al otro día ella condujo hasta las afueras de la ciudad donde se encontraba una gran librería. Mamá me dijo que entrara con ella para que eligiera todos los libros que más me gustasen, y así lo hice. Al subir de nuevo al auto para volver a casa mamá me explicó una cosa.  Todo lo que habíamos comprado se lo regalaríamos a Ceci. Pero teníamos que decirle que era donaciones de vecinos, porque si no ella nunca aceptaría que la ayudemos. Yo dije que estaba bien.

            Tía Ceci estaba feliz. Así que a partir de ahí cada fin de semana iba en busca de más libros, hasta que por fin vi la estanterías llenas.

            Pero un día mi tía se enojó mucho conmigo y mi mamá. Cinco meses después fuimos con Ceci y mi prima Luana a comprar para hacer galletas, y para mi mala suerte en uno de los pasillos me encontré con la dulce señora que me había vendido los libros. Y como mamá le había comentado el porqué de nuestras masivas compras, le felicitó a mi tía por la maravillosa hermana y sobrina que tenía. Cecilia no entendía nada, así que le preguntó de qué estaba hablado. La señora con su voz suave le contó todo.

            El enojo duró un mes completo. Pero todo volvió a la normalidad porque ella sabía que lo habíamos hecho por su bien. 

          A los pocos años la suerte de la tía Cecilia cambió. Pudo abrir una librería más grande que quedaba justo en frente de la playa. Solía ir todos los sábados por la tarde a compartir momentos con ella y mi prima. Pero también iba para sentarme en un rinconcito muy luminoso a leer. Siempre adore ir allí y aún lo hago.

             Ahora ella es la dueña de las diez librerías más importantes de toda la ciudad, y es la personas que organiza todos los santos años la feria de libros.

El día había llegado y ya me encontraba en el gran galpón donde siempre se hizo la feria con mi prima y mi mejor amiga. Nos pusimos a sacar todos los libros de las cajas y acomodarlos en los estantes por sus géneros correspondientes. Aunque Luana lo hacía por colores o por los nombres de los autores.

            —¡Dios mío!

            —¿Qué pasa? —pregunté asustada.

Para secar tus LágrimasWhere stories live. Discover now