Día 2

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A la mañana siguiente desperté con un dolor de cabeza terrible ¡No podía tolerar ni el ruido del aire acondicionado! Así que podrán comprender la gravedad de la situación. Sí, tal vez me pasé un poco con las bebidas anoche, pero la pasé muy bien como para siquiera arrepentirme.

Comencé a dar vueltas en la cama de Adam, tratando de encontrar una posición cómoda para dormirme. Una persona normal se levantaría y buscaría una pastilla para acabar con aquel dolor, pero para mí supone un esfuerzo enorme levantarme, gracias a la resaca. Estoy segura que me desmayaré si pongo los pies en el suelo.

Miré a mi mejor amigo — o lo que sea que seamos ahora — dormido en el sofá, en la orilla del mismo, parece que en cualquier momento va a caerse. Adam se ve muy tierno cuando está dormido, su cabello rubio despeinado apuntando en diversas direcciones, su rostro sereno le da el aspecto de una escultura griega, perfectamente tallada. La verdad es que Adam es bastante guapo — aunque yo nunca admitiría eso frente a él— sus ojos de un verde esmeralda profundo, una linda sonrisa capaz de derretir a cualquier chica. Los frenillos hicieron un gran trabajo.
Incluso su nariz era perfecta, si le miras de frente, estaba adornada por unas diminutas pecas, de perfil, un poco torcida, pero es mínimo. También es bastante alto, debía medir al menos un metro ochenta y tanto—o al menos eso me parecía, yo a penas rozaba el metro sesenta y cinco— también poseía una buena figura, esas dos últimas cosas eran producto del baloncesto, el cual practica desde hace años.

Estaba tan sumida observándole, que sobresalté cuando él habló:

—No volveré a beber, más nunca. —se llevó una mano a la cabeza.

—Ambos sabemos que eso no es cierto. — susurré.

Adam se levantó y se dirigió al baño. Luego regresó, se sentó en la orilla de la cama, ofreciéndome una pastilla y un vaso lleno de agua.

—Gracias. — le sonreí levemente mientras agarraba el vaso y la pastilla, para luego tragarla.

Estamos destruidos, en su rostro es obvio. Ojeras, desconcierto, aliento a alcohol, dolor de cabeza, y poca tolerancia al ruido. Ni siquiera me he visto en el espejo, pero no tengo que ser adivina para saber que me veo terrible, y eso que no bebí ni la mitad que nuestros otros amigos. Debían sentirse mil veces peor. Pobrecillos.

—No hay de qué — me sonrió de vuelta. —Creo que iré a dormir de nuevo, mientras la pastilla hace efecto.

—Me copiaré de tu idea, entonces. — Me acomodé y cerré los ojos. Sentí la culpa invadirme. Ésta es su cama, él debería estar durmiendo aquí, pero es que yo estaba muy a gusto, olía tan bien...

¿Qué le decía? ¿Que se recostara aquí? ¿Me iba yo al sofá y él a la cama? Ya habíamos dormido juntos antes, nunca pasó nada.

Rodé sobre la cama, dispuesta a decirle que se levantara de aquel sofá.

—Oye, Adam...—me detuve al ver que yacía profundamente dormido. No tardé mucho en hacer lo mismo.

Comencé a sentirme mejor cuando desperté de aquella siesta, la pastilla estaba haciendo sus efectos. Adam seguía dormido. Me levanté y salí lentamente de su habitación.

No encontré alguna señal de vida en la casa, lo que significa que todos siguen dormidos. ¿Mis alrededores? Un desastre, todo regado en el piso: botellas, dulces, vasos, un micrófono de karaoke, incluso mi teléfono. Ni idea de cómo terminó allí.

Mi celular se descargó en algún momento de la noche, pero estaba ebria así que no lo puse a cargar. Pero había hecho algo mucho peor, algo que me costaría la vida:

No le avisé nada a mi madre, y cuando digo nada, es ¡Nada! Ni si quiera le comenté nuestra reunión ¿O sí lo hice? Oh Dios mío ¿Qué he hecho? ¿Se supone que tengo que rezar algo antes de morir? Porque hoy es el día.

50 DíasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora