Día 12

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Mi tobillo amaneció mejor de lo que esperaba, al menos ya podía apoyarlo, pero me dolía caminar, así que a petición de mi padre no asistí a la escuela. No tengo quejas.

Dediqué la mayor parte de la mañana a practicar piano, aunque seguía sin salir como yo quería, al menos pude corregir varias cosas. El sonido del piano me parecía tan puro como el vuelo de una mariposa, era un instrumento simplemente perfecto. Adoro tocarlo; me encanta sentir mis manos contra las teclas, la adrenalina cuando toca un pasaje difícil, y la euforia que sentía cuando concluía la pieza, si es que la terminaba bien.

Pero hoy, no era de esos días cuando Alaska — nombre que le había dado a mi piano— y yo teníamos nuestra conexión. Definitivamente no es mi día; soy el más grande de los desastres tocando, la articulación no estaba precisa, no iba en el tempo, además mis manos dolían por llevar más de dos horas tocando sin parar. Jennifer entró repetidas veces diciéndome que descansara, pero no quise hacerle caso, así que se puso de malas, y buscó a a Joshua, mi padre quien me hizo salir de la habitación, me obligó a quedarme sentada en una silla alta que se encontraba en la cocina picando los vegetales para el almuerzo, sin moverme de allí.

— ¿Ya tienes todo para la fiesta de Lily?-—pregunté a los dos, cuando terminé de cortar todos los vegetales.

Mañana sería el cumpleaños número quince de mi hermana menor, le habíamos organizado una fiesta la cual tendría lugar mañana. Sí, probablemente éramos la única familia que daba una fiesta en toda la mitad de la semana, pero Lily insistió los últimos dos meses en aquello, ya que el sábado una tal Stacey daría una fiesta por su cumpleaños en donde estarían todos los amigos de Lily, y si ella daba su fiesta el sábado probablemente nadie vendría, triste pero cierto.

Mi hermana estaba esperando su cumpleaños desde hace meses, imaginado como sería todo, mi madre había comprado junto con Lily las cosas para decorar hace cosa de un mes; yo solo esperaba que lo disfrutara lo más que pudiera.

—Sí, sólo tengo que buscar la comida, pero eso será mañana.—- me respondió.

—Será divertido. — comenté, mamá arrugo la cara.

—Llenando mi casa con cincuenta adolescentes hormonados, sí, muero por ver eso. —respondió Joshua, haciéndome reír.

Gracias al cielo Lily me dejó invitar a mi grupo de amigos, porque sino aquella fiesta hubiera sido una tortura para mí también.

Después de traer a Lily de la escuela y antes de irse al trabajo mi madre me amenazó diciendo que si tocaba el piano antes de que fueran las dos de la tarde, sería una Fuller sin teléfono por dos semanas; y yo no puedo vivir sin mi teléfono. Decidí no ir a la clase de piano para no tener que caminar tanto y darle reposo al tobillo, además me salvaría de un sermón por parte de Kiera. Así que no tuve otra opción que esperar a que fueran las dos de la tarde para practicar nuevamente. Tuve la expectativa de que ésta vez todo sonaría mejor, pero no fue así; tres horas después me encontraba sollozando de lo estresada que estaba, la pieza seguía sin salir bien, mis dedos estaban rojos, y dolía, dolía mucho.

El sonido de la puerta abriéndose hizo que me pasara las manos por la cara rápidamente. Sí, claro, como si eso pudiera borrar los rastros de mi llanto. Al principió pensé que sería Lily para decirme que descansara, pero no; me sorprendí al encontrarme con Adam, nos miramos por unos segundos, él se acercó lentamente, sentándose junto a mí, su dulce aroma llenó la habitación.

— ¿Qué estás haciendo aquí? — pregunté, con un hilo de voz.

—Vine a ver como estabas. — asentí levemente, mirando las teclas blancas del piano. — ¿Por qué estabas llorando? — inquirió, mientras me apartaba un mechón rebelde del rostro, lo colocó detrás de mi oreja.

—Tengo un montón de horas practicando. — expliqué, sentí mis ojos llenándose de lagrimas. — Y todo suena tan mal, no sé qué es lo que me ocurre. — sollocé.

Adam me abrazo, apoyé mi cara en su pecho mientras lloraba. Estoy demasiado ansiosa y estresada, no solo porque aquellas lecciones no me salían; eran muchas cosas juntas, los exámenes finales, la universidad, el futuro. Luego me preguntan porque odio él sistema educativo.

Turner acariciaba mi espalda con delicadeza, me permití estar unos cuantos segundos en esa posición. Luego de romper el abrazo Adam hizo algo que no me esperaba; tomó mis manos entre las suyas, y se las llevo a los labios, aquel gesto hizo que mi corazón diera un vuelco. Definitivamente Adam Turner era el chico más tierno de la historia.

—Hasta los mejores músicos tienen sus malos días. — dijo. —Estás estresada, e incluso molesta, eso debe afectar tu conexión cósmica con Alaska ¿No? —Me encogí de hombros, él sonrió levemente. — Ya sé lo que necesitas.—levanté las cejas.—Veremos películas ¿Sabes por qué?— sonreí al recordar nuestra frase de siempre respecto a ese tema.

—Por que las buenas películas...— comencé a decir.

— Hacen tu vida mucho mejor. — terminó por mí.

Nos tumbamos en mi cama, y escogimos una película de comedia romántica por Netflix, estaba muy buena, y la hubiera terminado de ver si no fuera por el gran cansancio que tenía, mis ojos se fueron cerrando cuando los protagonistas estaban en su primera cita, todo se volvió borroso, y fue allí cuando me quedé dormida en los brazos de Adam.

Estuve dormida cerca de una hora, según me contó él. También me dijo el final de la película, ganándose un empujón de mi parte.

—Hiciste falta hoy. — me contó —Las chicas te extrañaron un montón hoy, sobretodo en voleibol.

Sonreí levemente ante aquello, todas formamos parte del equipo, cuya capitana es Jena, mi mejor amiga ama aquel deporte. En general, me gusta hacer ejercicio, andar en bicicleta y el voleibol son mis favoritos. Pero si hablamos de correr, bueno, eso no es lo mío.

—Yo también los extrañé hoy, rubio. — Turner me miró con reproche, solté una risita.

—No es rubio...

—Es castaño dorado— dijimos los dos al mismo tiempo, para después soltar una carcajada.

Él siempre lo niega, pero Adam es rubio y punto, su cabello se veía dorado por lo general, al sol más claro. Solo en muy pocas ocasiones se podía notar castaño, así era a mi parecer, el tono de cabello de Adam y Aaron solía ser un buen tema para debatir entre mis amigos.

Cuando llegó la hora de que se fuera a su casa, le convencí de que podía caminar hasta la salida, así que fuimos juntos, nos despedimos con un abrazo. Adam me hizo prometer que me relajaría, y que no tocaría más el piano por hoy, yo le hice prometer que daríamos un paseo en bicicleta en cuanto mi tobillo estuviera mejor, esperaba que estuviera como nuevo en uno o dos días.

Me quedé de pie en el marco de la puerta observándole caminar en dirección al auto, que compartía con Aaron— de alguna forma extraña se turnaban — se despidió agitando la mano antes de desaparecer en la carretera. Cerré la puerta en cuanto le perdí de vista, me apoyé contra la misma. Suspiré sonoramente, y no pude evitar sonreír como una tonta.

Éste chico está volviéndome loca. 

50 DíasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora