Día 47

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Visité a la tía-abuela Mildryth en la mañana junto a mi familia. En el momento que ella pidió hablar a solas conmigo, quedamos desconcertados, pues la tía no suele pedirnos tal cosa; sabemos que le irritan las cosas que incluyan gente joven y conversaciones.

Caminamos tomadas del brazo por el jardín del lujoso hogar para ancianos donde reside, que está repleto de flores de llamativos colores, y gente que parece estar feliz todo el tiempo, lo que es un poco aterrador.

Mantuvimos una interesante conversación que incluía entre algunas cosas: no volverme loca en Europa, no fumar hierba barata, tomar muchas fotos y subirlas a la nube (su más reciente descubrimiento). Se disculpó porque no iría a despedirme al aeropuerto, pues tenía un importantísimo partido de bingo que ganar el viernes en la noche.

Se podrían decir muchas cosas de la tía Mildryth; que es extravagante, con todos esos grandes collares y gafas de sol de diseñador, que secretamente todo el mundo desea vestir, que es un poco estricta y no le gusta que la contradigan. Realmente, no he intercambiado muchas palabras con ella a lo largo de los años, pero el consejo que me dio ese día, no lo olvidaré:

— Escucha con atención lo que voy a decirte jovencita. — Espetó, con severidad. — Estás a punto de enfrentarte al mundo real, no dejes que te arrastre. Si hay algo que tienes que tener en tu vida es seguridad, sobre quien eres y lo que haces. Nunca juegues a ser algo que no eres. Mi madre me dio ese consejo hace años, cuando tenía tu edad, pero no escuché; y me llevé varios tropiezos. Intento ahorrarte un poco de tiempo.

— Gracias, tía Mildryth.

Sus palabras se incrustaron en mí, y mantuve vivo el recuerdo de su consejo. Me parece que es su forma de decir que me aprecia. Intercambiamos una leve sonrisa, me dio unas palmaditas en el hombro y me deseó un buen viaje. Luego, habló con mis padres, sin dejar de comentarle a papá que se veía gordo. Clásico de la tía Mildryth.

Llegué a casa de Adam un par de horas más tarde. Le dieron de alta temprano, pero quise darle suficiente espacio como para que se instalara con tranquilidad, y disfrutara estar nuevamente en la calidez de su habitación. Me alegra saber que ya no tiene que quedarse en el hospital.

La casa de los Turner es una de las más hermosas que he visto. No es el tipo de casa extremadamente lujosa, pero hay algo en ella que hace que no puedas apartar la vista del lugar. Es lo suficiente espaciosa como para invitar a los amigos, y el ambiente es acogedor. Tengo muy buenos recuerdos allí, las fiestas improvisadas los viernes, noches de películas, casi podía escuchar el eco de las risas de los chicos, y como no, el día que bailé bajo la lluvia con Adam.

Aaron arqueó las cejas al verme. Parecía sorprendido de que estuviera allí, lo que no comprendí, porque era más que obvio que todos vendríamos a ver a Turner hoy ¿no es así?

—Hey, ¿No recibiste el mensaje?

— ¿Qué mensaje?— fruncí el entrecejo. Lleve mi mano a mi bolsillo trasero y revisé.

Ah, estaba en silencio. Con razón.

Le di click a los mensajes nuevos.

Aaron Turner. 1pm.

Oye, Meg, es mejor que hoy no vengan. Ya les avisé a los demás. Adam necesita descansar.

Fruncí los labios. Bien, entiendo que necesite descansar, un auto le arrolló, y estuvo en coma por cinco días. Y ayer, Turner estaba hecho la fatiga en persona, pero, le prometí que vendría hoy, le prometí que estaríamos estos pocos días juntos. Quiero apartar la idea de que me están ocultando algo.

50 DíasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora