Día 41

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Hecho número uno: Nunca voy a superar la carta de Turner.

Cada vez que pienso en ello, mi corazón se contrae. Aun me cuesta asimilar todo lo que escribió en esas hojas. Releí el texto un par de veces más, debo admitirlo. Pero es demasiado romántico como para no resistir la tentación. Sé que tú también lo harías.

La habilidad de Adam con las palabras no dejará de sorprenderme. Al leer cada frase me sentí como la protagonista de un romance apasionado de los que muestran en los libros. Fui Elizabeth Bennet durante treinta segundos. Jamás lo olvidaré ¿de acuerdo?

Y bueno, si el premio a la persona más ciega del año existiese; sería la invitada de honor en la ceremonia. Lo digo en serio.

Ahora, me doy cuenta que Adam intentó confesarme sus verdaderos sentimientos el día que estuvimos en la playa en los Hamptons, cuando recordamos nuestro primer beso. Incluso, seguro intentó decírmelo un montón de veces, pero jamás me di cuenta de ello.

Nunca presté atención a las señales; como podrán notar, no es mi fuerte.

No es que importe mucho ahora: lo hecho, hecho está. Tal vez, ese no era nuestro momento. Y como dijo Turner días atrás: no quiero vivir mi vida basándome en arrepentimientos.

¡Pff! Turner me ama. Es una locura ¿verdad? ¡Me ama! Que ganas tengo de gritarlo a los cuatro vientos como si mi vida fuera un jodido teatro musical. No, es incluso mejor que eso. Porque yo también le amo.

Hecho número dos: Nunca estuve tan feliz de llegar a casa.

Por fin me dieron de alta en el hospital a mitad de la mañana, lo que fue una gran alegría para todos, y no tardamos en salir de aquel lugar a toda prisa.

Mamá, papá y Lily fueron directo a descansar un rato. Ellos también lo han pasado difícil estos últimos días. Estoy feliz de que haya acabado, o al menos una parte.

Lo primero que hice al llegar fue darme una larga ducha, retirando ese asqueroso olor a hospital de mi cuerpo. Me miré al espejo, encontrándome con mi propio reflejo. Llevé mi mano hacia el moretón en mi pómulo, que está menos visible, pero aún duele y está algo hinchado.

Mis ojeras siguen allí, recordándome que necesito echar otra siesta. Mis labios ya no están agrietados, cortesía de un exfoliante que me obsequió mamá. Mi cabello está dos tonos más claro, y las raíces rubias siguen notándose. Necesito teñirlo en cuánto antes.

El collarín me molesta con su presencia, está cubierto con un plástico para que el agua de la ducha no lo arruinase. La doctora María aclaró que lo retiraría en tres días, así que debo usarlo hasta entonces.Resoplé con fastidio.

Es una tortura usarlo.

Mis músculos están un poco adoloridos, pero es soportable, lo único que quiero es salir y sentir el calor del sol contra mi piel. Más tarde convenceré a mamá para que me deje tomar aire fresco.

Hecho número tres: El amor te llama a hacer hasta las cosas más impensables, cosas de las que tal vez nunca te creíste capaz.

No estaba mintiendo cuando ayer prometí que terminaría de componer la canción. Ahora mismo, estoy sentada frente al piano, a punto de hacer la mayor locura de todas.

Componer nunca ha sido algo que llame mi atención, siempre he preferido interpretar. Crear algo desde cero es una de las elecciones más valientes que alguien pueda tomar, y no lo sé, nunca pensé que tuviera el ingenio para ello. Así que, nunca lo intenté.

Pero, lo más asombroso de todo esto es que, una vez coloqué mis manos en el piano fue pura magia. No sabía que era capaz de lograr algo así, las melodías llenaban mi cabeza y se conectaban con mis manos encima de las teclas. Una nota tras otra entrelazándose, convertidas en un sonido encantador.

50 DíasWhere stories live. Discover now