Día 40

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Bueno, al parecer soy una experta en perder la conciencia estos días.

No hay mucho que decir; ayer me desmayé al enterarme que Adam está en coma. La piel se me eriza con solo recordarlo: las palabras de Aaron, la forma en que todos me miraban, el dolor que me atravesó al escuchar un hecho que no puedo cambiar. Todo mi cuerpo perdiendo la fuerza, hasta sumergirse en la oscuridad.

Cuando desperté nuevamente, y pudieron estabilizarme, mamá y papá me contaron que nadie quería decírmelo porque una noticia como esa podría influir en mi recuperación. Les doy una noticia: tenían razón, porque me siento terrible.

Es como estar en lo profundo de un abismo, donde todo es oscuro, y no hay salida. Un lugar donde todo es incierto, y no sé cómo salir de allí. No pude dormir en toda la noche. Mi mente es una tormenta de pensamientos que parece no querer detenerse. No sé cómo manejar todo esto. Estoy perdida, impotente, y hecha un desastre.

Los recuerdos no paran de reproducirse en automático por más que trate evitarlo: la luz cegadora del auto, Adam empujándome— ahora que sabía que aquella fuerza fue él— la caída al suelo, mi mano ensangrentada. Todo lo ocurrido en el hospital, los ojos verdes de Aaron fríos, culpándome por lo ocurrido a su hermano gemelo.

Y la escena repitiéndose una y otra vez. No hay otra cosa en la que pueda pensar.

¿Qué me dirá Adam cuando despierte?

"Meg has arruinado mi verano, y ahora me dejaras aquí mientras tu disfrutarás de Austria. Eres la persona más egoísta que he conocido."

Reí sin ganas, aquello no era algo que Adam diría. Es demasiado amable como para siquiera hablarle así a alguien. Desde luego, no son sus palabras, son las mías.

Porque sí, soy una gran tonta al pensar que después de esto iré a Austria, y también una gran egoísta al preocuparme por ello.

Supongo que me lo merezco.

Aunque no se ha sacado el tema, está más que claro para mí que aquel curso de verano de ensueño se encuentra en el olvido. Sería una anécdota que contaría. Un sueño imposible que estuvo apunto de hacerse realidad. Apunto es una palabra clave en todo esto.

—Te vez horrible. — habló Jena, desde el umbral de la puerta, sobresaltándome.

No esperaba verla. Ayer la situación fue de lo más extraña. Parecía dolida porque no le conté acerca de los 50 Días, aunque no es como si tuviera el deber de hacerlo, pero no imaginé que quisiera hablar conmigo, y no estoy tan segura de querer hablar ahora mismo con ella.

—Me siento horrible. — me limité a responder.

—Hablo en serio, chica, ¿Te has visto en un espejo?

—No he tenido la ocasión.

Jena sacó un espejo de su estuche de maquillaje y me lo entregó. Casi me ahogo con mi propia saliva al ver mi reflejo: Tengo un moretón en mi pómulo derecho que dolía cada vez que lo rozaba con la mano, las mejillas pálidas sin color alguno. Labios agrietados, ojeras, producto de la falta de sueño, claros signos de acné, el cabello castaño revuelto con las claras raíces rubias a la vista que le daban un aspecto extraño, y el rostro hinchado de tanto llorar las últimas horas.

Estoy más que horrible. Estoy destruida, tanto por dentro como por fuera. La verdad, a pesar de que me siento fea, y desdichada, cambiar mi aspecto físico en éste momento no era mi prioridad.

—Supongo que no tiene mucho arreglo.

Ella bufó en respuesta, como si no me aguantara. Su actitud me puso de malas.

50 DíasWhere stories live. Discover now