Día 45

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Patricio, mi peluquero, está al borde del colapso. Lleva cinco minutos de sermón, y no parece tener ganas de acabar. En el momento que entré al local soltó un grito que se escuchó de aquí a Washington D.C. Sus ojos grises, que resaltan gracias al delineado negro, observaron mi rostro con horror, y no dejó de preguntar qué demonios había pasado conmigo. Le conté la versión corta de la historia: Fui a la playa, tuve un accidente de tránsito y aquí estamos.

— ¡Mira esas puntas! ¡Mira ese color! La última vez que viniste parecías la modelo de un comercial de Pantene y ahora no puedo mirarte sin que mis ojos ardan.

Sí, sí, ya sé que mi cabello no está en su mejor momento, también sé que lo dejó de un perfecto color chocolate la última vez que vine, y también sé que ahora ya no luce así.

— Meg, Meg, Meg. — dijo mi nombre con su marcado acento italiano repetidas veces, sacudiendo un cepillo de un lado a otro. — ¿Qué voy a hacer contigo?

Me encogí de hombros, sonriendo con timidez. Patricio se estresa fácilmente, pero es sin duda el mejor peluquero de Nueva York. A penas debe rozar los treinta años, y ha conseguido que su salón de belleza sea uno de los más reconocidos. Durante años ha logrado que mi cabello sobreviva a los químicos del tinte como si nada hubiera pasado. Que se mantenga requiere cuidados de mi parte, pero él es quien hace la magia.

—Podrías dejarla calva, Pat. — sugirió Jena, parada junto a mí. Mi mejor amiga también suele venir a esta peluquería. Patricio también es el responsable de su hermoso color plateado.

—Calva te dejaré a ti, Perkins.— la miró indignado.—¿Cómo se te ocurre intentar cortar el flequillo tu sola?

Solté una carcajada al mirar a Jena nuevamente. Su flequillo está terriblemente torcido, y más corto de lo que debería; eso fue porque intentó cortarlo ayer en la noche en el baño, intentando seguir un tutorial de youtube. Jena me dio un codazo en las costillas para que me callara, me quejé dándole un empujón. Patricio entrecerró los ojos ante nuestro comportamiento.

—Bueno, es que vi este tutorial que parecía muy fácil y...— comenzó a decir, apartando la mirada. Patricio alzó la mano, para que hiciera silencio.

Jena hizo una mueca burlona y se sentó en una de las sillas justo detrás del área de trabajo de Pat, dónde esperan las clientes para ser atendidas; créanme, este lugar estaría repleto todos los días si la cuestión no fuera por cita.

—No puedo seguir escuchando esto. — espetó, se llevó la mano a la frente, con la otra agitaba el cepillo frenéticamente. — Bien, primero voy contigo, Fuller. Cortaremos esto, y, asumo que quieres el mismo tono de siempre.

—En realidad, me gustaría probar un tono más claro.

Jena me observó a través del espejo al instante; sus labios se entreabrieron, como si estuviera a punto de decir algo, pero no lo hizo. Solo me sonrió con sinceridad, y me guiñó un ojo. Le devolví el gesto.

Definitivamente, no estoy lista para ser rubia. Eso está más que claro para mí; hasta ahora, lo mejor sigue siendo el castaño, pero sé que puedo manejarlo con un tono más claro. Patricio asintió y se puso manos a la obra; lavó mi cabello y comenzó a cortarlo, el susurro de las tijeras llegó a mis oídos, como si marcara un staccato, una forma de ejecutar un sonido musical: corto, y firme. Si fuera la cualquier otra persona, estuviera muerta de nervios, porque no sabría con qué alocado corte terminaría, pero sé que Pat tiene todo bajo control.

Cinco horas más tarde.

Solo puedo decir wow.

Parpadeé varias veces, sin poder creerlo. Me eché hacia adelante en la silla, para verme mejor en el gran espejo rodeado de luces que yace frente a mí. Dejé salir un suspiro de admiración, Jena a mi lado, soltó un chillido, que casi me dejó sorda.

50 DíasWhere stories live. Discover now