La otra cara de la moneda

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Narra México

Estamos en el crematorio, literalmente parezco muerto, a penas hace rato me dormí media hora, y eso porque la verdad ya no aguantaba el sueño y Enrique me insistió mucho y me prometió que me iba a despertar si pasaba algo más.

Sé que puede parecer que no tiene mucho sentido que me quede despierto si al final de cuentas él ya no está aquí, pero siento que no puedo darme el lujo de descuidarlo, ya lo descuidé y gracias a eso ahora estamos en esta situación, no volveré a cometer el mismo error.

Francia ya viene para acá, le llamé porque supuse que tendríamos que trasladar el cuerpo para su país, creí que quizá sería algo bueno enterrarlo junto a Agnès, pero Francia estuvo investigando en sus panteones y funerarias, descubrió que no la enterraron, la cremaron y nadie sabe dónde están las cenizas, supongo que mi Dom las esparció en algún lugar bonito, pero obviamente no tengo manera de saber dónde, Francia y yo llegamos al acuerdo de cremarlo, voy a tener las cenizas conmigo para que no se sienta solito en lo que averiguamos en dónde quedaron las de Agnès.

También, no sé cómo diablos voy a encontrar a sus amigos, eso me tiene muy estresado, Dom no va a poder descansar tranquilo si ellos no lo saben.

—Disculpe señor—Un hombre que no conozco se sienta a mi derecha—Me llamo Antonio Hernández Baltazar, lamento mucho toda su situación.

—Sí, yo la lamento más...

—Bueno... Yo soy abogado y...—Hace muchas pausas, como que no sabe cómo hablar conmigo—Y estoy a cargo del caso de Jorge Carlos Navarro Martinez, soy su defensa—En las últimas tres palabras baja mucho la voz, por Dios, ni que lo fuera a golpear o no sé qué se imagina—Sé que usted está muy molesto, y lo entiendo, de verdad lo entiendo, pero mi cliente no es un descuidado más que disfruta manejar sin ningún tipo de precaución, en realidad puede que le parezca absurdo lo que voy a decir, pero él tiene un buen motivo para justificar lo que pasó, mire, lo mínimo que le van a dar son treinta años de prisión, pero si usted nos ayuda...

—Basta—Interrumpo—No quiero saber, por favor váyase, señor Melchor.

—Huh... Mi apellido es Baltazar, señor. Sé que usted no está en las mejores condiciones emocionales, pero si quiere presentarse en el juicio de mañana para escuchar la versión de mi cliente nosotros...

—¡Que se vaya!.—Pido a regañadientes y le doy la mirada más amenazante que puedo.

—De acuerdo, lamento haberlo importunado.—Se levanta y camina hacia la salida de la sala de espera, antes de cruzar la puerta voltea a verme por última vez, como si esperara que me retracte y acepte su petición, pero sólo levanto las cejas en señal de que no lo haré, por lo que finalmente se va.

—Son unos pesados todos—Le digo a Enrique mirando la ventana, mediante la cual puedo ver a la prensa esperando que salga—¿Y si haces que se vayan?—Pido con hartazgo y cansancio—Ya no quiero que nadie me moleste.

—Ya me encargo.—Se levanta, empieza a marcarle a alguien y sale del lugar.

—Aquí tiene, señor—El empleado del crematorio llega justo después y me entrega la caja—Mi más sentido pésame.

—Sí, gracias.—Recibo la caja con las cenizas.

Me siento muy raro, aún quiero llorar pero literalmente ya no puedo, creo que ya he llorado tanto que no tengo más lágrimas para sacar.

Enrique y yo nos quedamos un momento más dentro del lugar en lo que la prensa se termina de ir. Cuando ya no hay nadie salimos, vamos al hotel por sus cosas y a pagar las noches que estuvo ahí, Enrique se va a encargar de lo segundo mientras yo entro al cuarto.

Anorexia (Rusmex)Where stories live. Discover now